Milenio.- No hay otra etapa de la vida en la que los patrones de sueño-vigilia varíen más que cuando uno es bebé. En este periodo, en el que todo es nuevo, hay diferentes cosas que pueden alterar la hora de dormir y que van desde la dieta hasta los microbios que viven en el tracto digestivo.
Sin embargo, un equipo internacional de investigadores de Suiza, Dinamarca, Países Bajos y los Estados Unidos parece haber encontrado una clave que podría ayudar a muchos padres a que sus bebés duerman más temprano y mejor.
Este grupo de científicos llevó a cabo un estudio en Suiza, mismo que fue publicado en la revista Plos One el pasado 5 de octubre. La investigación consistió en reclutar a padres de 162 bebés sanos a quienes se les hicieron evaluaciones a sus 3, 6 y 12 meses de edad con el fin de determinar la relación entre los hábitos alimentarios y sus patrones de sueño.
¿Qué encontraron?
A los 3, 6 y 12 meses de edad a todos los bebés se les colocó (por 11 días) un dispositivo que fue sujeto a su tobillo izquierdo con una correa de papel —en algunos casos con un calcetín— con él se monitoreó toda su actividad, a la par, éstas labores se complementaron con cálculos relacionados con diferentes factores que influyen en el sueño.
Junto con ello, los padres escribían un diario en el que apuntaban todo: los viajes en la carreola, cada cuanto lloraban sus bebés y el horario del reloj que indicaba cuando comenzaban y terminaban sus comidas.
Durante este proceso también se realizó un análisis de muestra de los pañales para conocer las características de la microbiota intestinal desde las heces.
Con dichas investigaciones se encontró que los bebés que comían con mayor regularidad tenían patrones de sueño más consistentes, se acostaban más temprano y dormían mejor por la noche. También se detectó que la relación entre los patrones de alimentación y el sueño cambia con la edad.
Por ejemplo, la manera en que varía el sueño está relacionada con la regularidad con la que los bebés comen ya sea a los 3, 6 o 12 meses de edad, pero la relación con la actividad de los pequeños mientras duermen solo se vuelve significativa a los 6 meses.
A la par, los investigadores encontraron que los horarios regulares para comer podrían actuar como una señal para mejorar el desarrollo de los ritmos circadianos, mismos que se pueden entender como el reloj de los sueños de los bebés.
Aunque en este rubro aún faltan más investigaciones puesto que la relación también podría explicarse con la maduración del hipotálamo, que regula tanto el sueño como el hambre.
¿Qué pasa con los padres?
Según Christophe Mühlematter, uno de los autores de la investigación, los bebés de padres que imponen una estructura (es decir horarios determinados) tienden a dormir más durante la noche, menos durante el día y se acuestan más temprano.
“Los padres tienen una influencia crucial en los horarios de comida y sueño de sus bebés”, asegura.
Sin embargo, reiteraron que la calidad del sueño parece depender más de otros factores, como la regularidad en la alimentación. A la par se concluyó que se necesitan más investigaciones para entender a cabalidad cómo la regularidad en la alimentación y el sueño influyen mutuamente a medida que los bebés crecen.
Este estudio también sugiere que tener horarios de comida regulares durante la primera infancia puede ayudar a mejorar la calidad del sueño de los niños posteriormente, lo cual no necesariamente dependerá de los hábitos de los padres o de la maduración del sistema digestivo del niño.
¿Se podría aplicar al ámbito médico?
Si bien aún no se sabe exactamente cómo funciona este vínculo entre la regularidad de los alimentos y el sueño, los resultados podrían ser útiles en la práctica médica. Un ejemplo de ello es que establecer horarios de comida regulares podría ayudar a mejorar la salud de los bebés que están en riesgo.
“El momento de comer es una variable potencial para mejorar la calidad del sueño en las primeras etapas de la vida”, aseguran los especialistas.
Además, añadieron que ajustar los horarios de alimentación a las necesidades individuales del niño podría ayudar a mejorar los problemas para dormir. Sin embargo, se necesita más investigación para confirmar esto.