EFE.- El historiador Carlos Silva publica, junto al politólogo Alejandro Rosas, ‘La silla embrujada’, que quiere ser el manual sobre el relevo presidencial en México, y recomienda este domingo a la futura mandataria, Claudia Sheinbaum, que dedique tiempo a su lectura.
“Le recomendaría que lea historia. (…) Que esté muy consciente de que la ciudadanía confía en ella, que ha depositado su confianza en ella. (…) Que lea el libro de ‘La silla embrujada’ para que vea las experiencias fortuitas y desgraciadas que le han pasado a este país por embelesarse de poder”, sugiere en una entrevista con EFE.
Con una radiografía exhaustiva, el ensayo teje un hilo invisible, pero muy presente entre las diferentes sucesiones que ha vivido México: desde las innumerables capitaneadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en el poder por 70 años, hasta la más reciente, que llevó a Andrés Manuel López Obrador a pisar el Palacio Nacional.
El hechizo de la silla presidencial
Silva explica que la leyenda sobre la silla presidencial embrujada se remonta a 1914, cuando los generales Pancho Villa y Emiliano Zapata llegaron a la Ciudad de México triunfales “en la segunda parte de la Revolución Constitucionalista”.
Tras ser invitados por el entonces presidente en funciones, Eulalio Gutiérrez, a un desayuno en el Palacio Nacional, Villa sugirió a Zapata que se sentase en el asiento del mandatario, pero lo rechazó.
“Le dice que esta silla está embrujada (…) porque todas las personas buenas que se sientan en eso se convierten en malas”, explica, aunque matiza que esta afirmación “no es privativa de México”.
El historiador señala el “poder inabarcable” que adquiere quien llega a presidir un país, “una malaria” que corroe las “intenciones maravillosas” de los primeros tiempos y genera una necesidad de “querer más”.
Veinte sucesiones analizadas
De los 20 traspasos presidenciales que ‘La silla embrujada’ retrata, el historiador destaca el de 1970, marcada por el “parteaguas” que supuso la masacre cometida por el Estado mexicano hacia el movimiento estudiantil que, en 1968, pedía una apertura democrática del país.
“Es el momento en que una clase emergente, la media, la estudiantil, sale de una olla exprés para manifestarse”, recuerda.
Hasta llegar a la más recién sucesión, en la que Enrique Peña Nieto (2012-2018) dio la banda presidencial a López Obrador, con la que México ha vivido el fin de la “corriente posrevolucionaria”, el asesinato del aspirante presidencial Luis Donaldo Colosio en 1994 o la transición del PRI al Partido Acción Nacional (PAN) en el año 2000.
“El voto de 2018 fue con esta idea de esperanza y cambio, sí, pero también fue de castigo a los otros partidos de oposición”, analiza.
Una penalización de la sociedad que aún se escucha en la esfera política porque las formaciones“que antes eran hegemónicas han ido perdiendo espacio”, hasta el punto de que, “cada vez, los quieren menos”.
Sintonía entre presidentes
Silva advierte que “no necesariamente” ha existido sintonía entre el presidente saliente y el entrante, a pesar de que el primero apadrinaba a su sucesor.
“Hay que recordar cuando llega a la presidencia José López Portillo, en 1976. Él no quiere saber de (Luis) Echeverría (1970-1976), a pesar de que habían sido cuates (amigos)”, apunta.
En este punto, el historiador pone el ‘Maximato’ encima de la mesa, que significa “mandar tras bambalinas, es el poder detrás del poder” y la voluntad de seguir influyendo sin ser el mandatario oficial.
Preguntado por el vínculo que mantendrán López Obrador y la futura presidenta, prefiere ser precavido y recuerda que, “como historiador”, es “complicado ver a futuro”.
“¿Quién te dice que Sheinbaum decide romper vínculos con el presidente el primer día que toma posesión? (…) ¿O que, de veras, es una fiel creyente del desarrollo político de López Obrador y nace un proyecto que dura 30 años?”, esboza.
Sin embargo, enfatiza las dificultades para adivinar el camino “porque, acuérdate, el personaje que mayor poder tiene es el presidente, por encima de todo”.