Patricia Calvillo
Periodista
La isla de Randall es famosa en la ciudad de Nueva York en Estados Unidos de América, por ser un lugar ideal para conectarse con la naturaleza, disfrutar de la vida al aire libre y conocer su ambiente artístico, sin embargo, el ambiente cambió del 2020 a la fecha, ahora se le conoce por ser casa de miles de migrantes del mundo. El Campo de Atletismo número 83 es el hogar de 3 mil migrantes que habitan ahí, en tiendas de campaña.
Molly Schaeffer, directora de la oficina de Operaciones para Solicitantes de Asilo de la alcaldía de Nueva York y Manuel Castro, comisionado de la Oficina de Asuntos de Inmigrantes de la alcaldía de Nueva York, ofrecieron a la prensa, incluido Mg Radio, un recorrido por este asilo migratorio.
Lo primero que ocurrió al llegar al sitio, fue un choque visual porque la belleza de la isla es indescriptible, el brillo del Sol que impacta en el agua cristalina, el ondear de las ramas de los árboles, la modernidad humana con puentes que se transitan a pie, fueron las primeras impresiones de este lugar.
La isla de Randall se encuentra en el East River, entre el norte de Manhattan y Queens. Entre sus atractivos se encuentran 330 acres de parques, más de 60 campos de atletismo, el estadio Icahn, un centro de tenis de primera clase, y senderos frente al mar.
Pero también, es cuna de diversas instalaciones, como el Centro Psiquiátrico de Manhattan, el Centro Psiquiátrico Forense Kirby, el Refugio de Evaluación Charles Gay, el Refugio Schwartz para hombres, el Centro de Empleo Clarke Thomas, una comisaría de la Policía del Estado de Nueva York, una academia de entrenamiento del Departamento de Bomberos de la Ciudad de Nueva York, una planta de tratamiento de aguas residuales y de este albergue Campo de Atletismo número 83 que enfrenta fuertes desafíos como gestionar dormitorios para el gran cúmulo de indocumentados de diversas naciones.
La belleza de la isla disintió rápidamente, porque al mirar hacia el frente, cambió todo, un improvisado campamento de enormes dimensiones, fuertes dispositivos de seguridad para ingresar a él, grandes cisternas de agua potable, interminables pasillos donde hay camiones que habilitaron para que los migrantes realizaran sus necesidades básicas de higiene, entre ellas, ducharse.
También hay campamentos en cuyo interior están los camastros donde se quedan a dormir miles de hombres y mujeres que fueron recibidos como parte de la ayuda humanitaria que ofrece la Ciudad Santuario. Están divididos por género.
Una mujer migrante de Venezuela se acercó interesada por el grupo de prensa, lo único que le permitieron decir fue “queremos estar mejor, agradecemos que tenemos un techo, un baño donde bañarse, gracias, pero queremos nuestro permiso de trabajo, queremos un avance para nosotros también poder avanzar más rápido, porque nosotros estamos cansados de despertar y no saber a dónde ir, porque queremos tener nuestra vida, continuar”.
Los funcionarios americanos mencionaron que ha sido todo un desafío económico y administrativo, dar respuesta a los migrantes que piden asilo, así también, aseveraron que la isla Randall es uno de los espacios más icónicos después del Hotel Roosevelt donde se les brindan servicios de diversos tipos, entre ellos, hospitalarios.
Se acordó el acceso a áreas comunes, las áreas de registro de inmigrantes, donde el funcionariado recibe a la población para brindar asesoría legal o atención médica básica, siempre eran lugares que estaban muy llenos y custodiados por elementos del ejército americano. Y en ocasiones, no querían las cámaras cerca.
Otro espacio en el que se permitió entrar, fue a los dormitorios, una oleada de olores impactó en el sentido olfativo, pues poca era la ventilación para esta zona, en la que se veían camastros desordenados. Se permitió hacer tomas fotográficas, pero dejaron muy en claro que no se podían retratar rostros y hacer gráficas particulares, siempre generales, para proteger los derechos de los ciudadanos del mundo. En una cama de escasos cincuenta centímetros de ancho, estaba toda la vida de un ser humano, una cobija ligera, identificación, cigarrillos, chamarra, gorra y un teléfono celular. Todos hacinados y sin nada de intimidad.
Se dejó pasar hacia el área de comedores donde no había gente, pues aún no era la hora de almorzar, ahí, se acercaron los de ambos sexos, denunciando en todo momento que estaban hartos de los alimentos que se les brindaban, solamente pollo y arroz cocido, no había cambios en el menú. Unas mujeres hartas de la situación, solo recogían la charola y a manera de protesta porque justo enfrente estaban las autoridades de la alcaldía, tiraban las raciones al bote de la basura. También era común ver, que en algunos lugares estaban tiradas las bananas. Pedían a gritos el cambio de alimentos.
A la salida, se podían ver grupos de indocumentados algunos con mochilas y otros con maletas, esperando ser recibidos en este albergue; otros más realizaban labores de pepena. Al fin y al cabo, hay que sobrevivir en la Gran Manzana.