La ciencia explica por qué olvidas las caras y los nombres de la gente

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También te proporciona unos trucos muy valiosos para, por fin, empezar a recordarlos.

GQ.- Estás en una fiesta. Te presentan a alguien. Saludas. Incluso puede que charles un poco de todo y nada antes de despedirte amablemente, sólo para darte cuenta de que acabas de olvidar su nombre. Pero, siendo sinceros, ¿acaso hiciste algún tipo de esfuerzo por recordarlo?

Si es alguien a quien no vas a volver a ver nunca más, no hay problema. Lo peor ocurre cuando tu mente se queda totalmente en blanco a la hora de identificar a personas con las que sí vuelves a tener trato, obligándote a entrar en lo que se conoce como la Dimensión Seinfeld : hacer todo tipo de locuras y cabriolas sociales para evitar la vergüenza de tener que preguntarle su nombre otra vez. A todos nos ha pasado una versión de este brete, y no es agradable.

La revista Time se puso en contacto recientemente con Charan Ranganath, director del Memory and Plasticity Program de la Universidad de California, para hacerle la pregunta más difícil de todas: ¿por qué no fui capaz de recordar los nombres de nadie en, pongamos por caso, el departamento de Recursos Humanos de mi empresa, si es algo que a priori parece importante? Según la ciencia, se trata de una cuestión de esfuerzo y espacio neuronal : en concreto, de que necesitamos más de cada una de esas dos cosas de lo que parece. Así que, en muchas ocasiones, tu cerebro está priorizando otras funciones mientras te están presentando a alguien, pues consideras que retener ese conjunto de letras en relación a esa cara va a ser sencillo. Pero no lo es: realmente tienes que esforzarte en prestar atención, aunque creas que esa persona en concreto ni te va ni te viene.

Además, los nombres son arbitrarios. ¿Nunca has conocido a una María que, en realidad, tiene cara de Violeta? ¿O a un Juan que debería haberse llamado Enrique, porque todo lo que hace es claramente de Enrique? Y eso que aún no hemos introducido variables como los nombres compuestos, los nombres extranjeros o los nombres directamente inventados. Recordar nombres demasiado agotador, sobre todo cuando eres una persona con un círculo social amplio. Sería tan sencillo poder refererirnos a todo el mundo como “tú” u “oye”…

Por supuesto, siempre hay un paso más allá: no recordar siquiera la cara de aquellas personas a las que te presentan. Hay veces en las que tiene una explicación similar a la de los nombres (crees que estás prestando la atención suficiente, pero nah), lo que significa que no deberías preocuparte. Sin embargo, los casos más agudos entran denteo de la prosopagnosia, un trastorno cognitivo al que los anglosajones se refieren de manera coloquial como “face blind” (o ceguera facial). Se cree que una de cincuenta personas padecen una forma de prosopagnosia, aunque muchas de ellas son bastante leves y, por tanto, les permiten llevar una vida perfectamente normal. Salvo cuando alguien aparentemente desconocido les saluda por la calle, claro. En esencia, se trata de una incapacidad manifiesta para recordar la forma y composición del rostro de los demás, aunque sí los reconozcas al volver a verlos (ya sea en persona o en fotos).

Es una suerte que existan un par de trucos sencillos para obligarte a recordar este tipo de cosas. La ceguera facial poco desarrollada se puede suplir haciendo un esfuerzo consciente por retener otros detalles de la persona en cuestión, como su color de pelo, su complexión, su forma de andar o, bueno, cualquier casa menos sus facciones. También ayuda fijarte en una serie de elementos del entorno donde conociste a ese alguien, elementos que luego asociarás mnemotécnicamente a un nombre y/o una cara. No obstante, el truco más efectivo es el más viejo de todos: obligarte a ti mismo a repetir el nombre en cuanto lo oyes, como hace tantísima gente. ¿Te preguntabas por qué? Pues es exactamente por esto.

Si nada de esto funciona, asume que la gente te da lo mismo y vive una vida feliz. Quizá, como barista en Starbucks, el lugar donde los nombres de las personas tienen un valor cercano a cero.

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