El salvaje mundo del turismo extremo para multimillonarios

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La tragedia del sumergible Titan, donde varios multimillonarios perdieron la vida, es una muestra de la tendencia cada vez más extendida de personas que buscan llegar a los lugares más inhóspitos de la Tierra para sentirse un poco ‘más vivos’.

Wired.- A menos de una hora para llegar a la costa de Groenlandia, Jules Mountain empezó a preguntarse si se había vuelto loco. El empresario británico estaba completando la segunda etapa de su intento de ocho días por convertirse en la primera persona en pilotar un helicóptero ligero Bell 505 a través del Atlántico. “Tenía que pasar por encima de la niebla helada a 14,500 pies de altura (más de 4,400 metros) o se formaría hielo en las aspas del vehículo”, recuenta, “Había -14 grados centígrados y la gran altitud hacía que me faltara el aire. Entonces me di cuenta de que me quedaban 30 minutos de combustible”.

Millonarios que no se sienten vivos

Mountain pilotaba el helicóptero de Montreal a Guernesey, un viaje de casi 6,000 km que incluía paradas para repostar combustible en tres puntos: los páramos helados del norte de Canadá, Groenlandia e Islandia. Comenta que aceptó el reto cuando supo que la autonomía del helicóptero era de 350 millas (unos 563 kilómetros) y que solo podía volar tres horas seguidas. Eso significaba que, en su tramo más largo, tenía que repostar en pleno vuelo.

“Mi objetivo anterior era llegar al Polo Norte, pero me parecía demasiado fácil”, recuerda Mountain, “no era lo bastante peligroso: te podían rescatar en cualquier momento. Mientras que con este reto, sobrevolando icebergs y bosques alejados de la civilización, un fallo del motor podía significar la muerteY entonces es cuando te sube la adrenalinacuando te sientes más vivo“.

Mountain, quien también ha alcanzado la cumbre del Everest, es uno de los muchos empresarios que se lanzan a aventuras extremas en todo el mundo. El multimillonario británico Hamish Harding y el ejecutivo británico de origen paquistaní Shahzada Dawood estaban entre los pasajeros a bordo del sumergible Titan que desapareció en el Atlántico Norte el 18 de junio. Operado por OceanGate, empresa estadounidense que construye y lanza sumergibles tripulados, Titan formaba parte de una expedición turística para observar los restos del Titanic, a una profundidad de unos 12,500 pies (más de 3,800 metros).

El 22 de junio, los restos del Titan fueron localizados por un vehículo teledirigido de búsqueda submarina, a unos 500 metros de los restos del Titanic, y a casi 600 kilómetros de la costa de Terranova. Los guardacostas estadounidenses creen que los cinco pasajeros murieron tras una implosión catastrófica.

La industria del turismo extremo es un nichopero está creciendo. Han surgido cada vez más empresas que facilitan aventuras peligrosas a los superricos. OceanGate empezó a ofrecer viajes, a bordo del Titan, al lugar donde se hallaron los restos del Titanic en 2021; las plazas en el último y trágico viaje costaban 250,000 dólares por persona. Sin embargo, ya en 2018, durante la etapa de control de calidad de Titan, surgieron problemas de seguridad, incluidas preguntas sobre la estructura experimental del casco de fibra de carbono de la nave de 6.7 metros (normalmente, los sumergibles de inmersión profunda tienen cascos hechos de metal) y la falta de certificación de la industria. Pasajeros anteriores también compartieron detalles de problemas de comunicación, navegación y flotabilidad, durante su viaje de ida y vuelta de 12 horas al Titanic.

Aventuras extremas a precios extremos

Con aventuras tan extremas, el trabajo de los operadores es naturalmente arriesgado. El alpinista Garret Madison, afincado en Seattle, ofrece expediciones personalizadas a través de su empresa, Madison Mountaineering, a picos sin nombre del Himalaya. Explica que la tasa media de mortalidad en el Everest es del 1%, un porcentaje superior al de los miembros de las fuerzas armadas de EE UU que han fallecido en conflictos recientes: “Es la euforia de estar en la montaña y enfrentarse cara a cara con el peligro lo que resulta tan atractivo”, cuenta Madison.

Desde la pandemia, ha observado un repunte en la contratación de expediciones enteras por parte de personas con alto poder adquisitivo. “Un cliente compró el año pasado un viaje completo para escalar el monte Vinson, en la Antártida, por 200,000 dólares”, refiere. “Es la última moda: multimillonarios que quieren su propia aventura privada con amigos; vuelan a la Antártida en un jet privado. Es el siguiente nivel”.

Aunque sus expediciones de montaña son de alto nivel, Madison aclara que vienen con un mínimo de comodidad. Añade que el mayor lujo que ofrece está en el campamento base del Everest. Duchas de agua caliente, sesiones de yoga y una tienda comedor con una pantalla de cine, son algunas de las comodidades de la excursión de 75,000 dólares. “Quienes vienen a mis aventuras en última instancia quieren sufrir un poco, así es como se sienten vivos. De lo contrario, se alojarían en un Four Seasons de cinco estrellas”.

Sin embargo, también existe una industria artesanal del turismo extremo de lujo. White Desert Antarctica ofrece alojamiento de primera, cerca del Polo Sur, por 15,000 dólares la noche, con cabañas climatizadas y opulentamente amuebladas, y chefs privados. Harding también había hecho ese viaje. “Hamish ha sido un verdadero amigo de White Desert durante muchos años”, dijo el fundador Patrick Woodhead en un comunicado. “Viajó con nosotros a la Antártida varias veces, incluso con el astronauta Buzz Aldrin cuando la visitó”.

En estas empresas de turismo extremo, la seguridad suele tener un alto precio. Madison destaca que su servicio ofrece redes de guías expertos, conocimientos logísticos, equipos occidentales y sherpas que entrenan, asisten y conducen a los aventureros a 8,000 metros sobre el nivel del mar. También se proporciona oxígeno extra, buena comida y comunicaciones mejoradas. “Pero se puede hacer el Everest de forma barata y escalar con tu propia tienda y sin guía“, indica Mountain. “Hay muchos operadores que ofrecen un servicio rudimentario, y ahí es cuando puede resultar realmente peligroso. Te quedas solo”.

OceanGate parece tener los pies en ambos campos. Como única operadora turística que ofrecía viajes para ver el Titanic (y además el Titan era uno de los pocos sumergibles tripulados capaces de alcanzar 3,000 metros de profundidad), los billetes no eran baratos. Al mismo tiempo, las condiciones en el interior del sumergible distaban mucho de ser lujosas, y la inmersión entrañaba riesgos considerables. La exención de OceanGate no solo menciona la muerte tres veces en la primera página, sino que el sumergible estaba atornillado desde el exterior, lo que obligaba a quienes estaban dentro a sobrevivir con una cantidad finita de oxígeno y a depender de ayuda externa para salir del aparato, incluso después de salir a la superficie. Además, la nave se controlaba con un mando de videojuegos modificado. “Nadie que subiera a bordo se habría hecho ilusiones de que era seguro”, declara Mountain, “ese es parte del atractivo: El barco hundido es increíblemente inaccesible, peligroso de visitar y está impregnado de mitología. Y muy poca gente lo ha hecho”.

Grace Lordan, profesora asociada de Ciencias del Comportamiento en la London School of Economics, opina que estas peligrosas expediciones han sustituido a los artículos de lujo para los empresarios que están en busca de emociones: “El placer y el propósito tienden a determinar la felicidad, y antes se trataba de compras materiales y filantropía. Con el tiempo, la redistribución de la riqueza sigue proporcionando un propósito, pero el placer es más difícil de alcanzar”.

¿Qué hacen los millonarios cuando ya lo tienen todo?

El ego también es un factor, destaca Lordan: “Los productos de lujo están ahora más al alcance de las masas. Y todos queremos mejores anécdotas en las cenas. Así que los empresarios, quienes tienden a tener una mayor tolerancia al riesgo, desean cada vez más experiencias que muy pocos han hecho” Ya han logrado la extraordinaria hazaña de crear grandes empresas, explica Lordan, así que ahora quieren superarse a sí mismos en su vida personal.

Estas exploraciones al límite, como escalar una montaña o cruzar el océano, son también una forma de que los multimillonarios, muchos de los cuales han acumulado su riqueza mediante transacciones digitales, experimenten sus límites físicos ante un peligro mortal.

“El grupo demográfico está formado principalmente por hombres de entre 50 y 60 años que buscan sentirse vivos”, afirma Madison, “quieren atravesar la cascada de hielo del Khumbu o la cresta norte de la zona mortal del Everest, en lugar de sentarse detrás de un escritorio y ver cómo se acumula su patrimonio neto en una pantalla. Cuanto más cerca percibes la muerte, más vivo te sientes”.

Mountain completó su vuelo transatlántico en helicóptero en julio de 2020. Fue un viaje autoorganizado, en plena pandemia, tramitado a través de las autoridades canadienses, danesas e islandesas. Como piloto, estaba exento de las restricciones por Covid-19. “Era una idea loca, pero ser emprendedor significa tener mucho empuje. Quieres superar los límites y demostrar que tienes una capacidad diferente a la de los demás. Y fue un subidón de adrenalina: cuando llegué a Escocia sabía que era la recta final, ya estaba celebrando”.

La tragedia del Titan pone de manifiesto que, por su naturaleza, este tipo de aventuras extremas implican jugar con la muerte. Pero ahí radica el atractivo: “Estos retos siempre conllevan un riesgo”, advierte Mountain, “de lo contrario, todo el mundo los haría”.

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