Reuters.- El Síndrome de Ulises toma su nombre del héroe de la mitología griega que Homero recrea en la Odisea. Un semidiós que debe afrontar múltiples peligros lejos de los suyos, y que, pese a su condición, padece enormemente. Hoy, el Síndrome de Ulises es conocido también como el Síndrome de estrés crónico y múltiple, un fuerte malestar emocional que viven las personas que han tenido que dejar atrás el mundo que conocían en situaciones extremas, un cuadro psicológico que sufren millones de personas en el mundo.
Las características del Síndrome de Ulises
Aunque en muchos casos la migración puede suponer más una solución que un problema, nunca es un proceso fácil. En la vida de quien emigra todo cambia de golpe, y el cambio es mayor cuanto más lejos vaya. No solo deja atrás a los amigos o a la familia, también el paisaje, los olores, la lengua, las costumbres… Y, como consecuencia de ello, la migración transforma la propia identidad.
El Síndrome de Ulises, además, va más allá del duelo migratorio clásico. Tiene poco que ver con la estampa prototípica de la emigración de nuestros antepasados, con hombres y mujeres diciendo adiós con la mano desde la borda de grandes transatlánticos. Y está estrechamente relacionado con las condiciones extremas en las que viajan y viven muchos migrantes del siglo XXI, y su soledad.
La separación forzada, el miedo a perder la vida en el camino, la lucha por comer cada día, las amenazas de las mafias… todo ello alimenta hoy el Síndrome de Ulises. Así lo señala el psiquiatra Joseba Achotegui, que conoce bien esta realidad. Fue él quien acuñó el término, y su trabajo en el Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) le ha permitido conocer también su evolución.
¿Cómo afrontar el Síndrome de Ulises?
Para Joseba Achotegui poner nombre a lo que padecen esos hombres y mujeres tiene un objetivo que va más allá de lo académico. Hablar de Síndrome de Ulises visibiliza una terrible realidad en la que viven unas 800.000 personas en España, y contribuye a concienciar sobre la existencia de un problema concreto. Es un paso más en el camino para humanizar la atención sanitaria y recordar la necesidad de prestar atención también a las emociones y vivencias de quienes se encuentran en una situación de desamparo.
Dar nombre a lo que les pasa a estos hombres y mujeres puede ayudar a los servicios sanitarios a dejar de banalizar el problema. No padecen un trastorno mental, pero sí un cuadro de estrés severo. Definirlo puede evitar que alguien le diga que no tiene nada a quien sufre de forma tan terrible, o que se diagnostique erróneamente a estos pacientes como depresivos. Porque no son personas con ideas de suicidio, sino que luchan por vivir, son proactivos y tratan de conservar la esperanza. Pero soportar un estrés tan intenso durante tanto tiempo tiene consecuencias cerebrales, hormonales, musculares… y es habitual que padezcan insomnio, migrañas, ansiedad, tristeza y un amplio abanico de síntomas.