Ecoansiedad: el impacto de la crisis climática en la salud mental

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El uso de este término se extendió desde el 2019, pero algunos psicólogos siguen considerando que la ecoansiedad es como la ansiedad general que se adhiere a distintos motivos.

Expansión.- La crisis climática puede dejar marcas en la salud mental. Esto fue claro con los huracanes Katrina y Sandy, que a su paso dejaron casos de estrés postraumático y depresión en algunas personas. Más que una simple inquietud por el destino de la humanidad, quienes experimentan las consecuencias de sequías, olas de calor, incendios, intensos huracanes e inundaciones reportan ansiedad, estrés, desesperanza y trauma. Las poblaciones que tienen más dificultades para recuperarse de estos cataclismos son las más afectadas.

En otras personas, las visiones fatalistas de un futuro cercano cada vez más aterrador se arraiga a medida que se informan sobre el avance de la emergencia climática, la contaminación o la acelerada pérdida de especies. Ya sea de forma directa o no, y dependiendo del grado de vulnerabilidad de cada persona, la noción del declive ambiental puede afectar el bienestar al grado de causar perturbación mental, pensamientos intrusivos o problemas para trabajar y dormir.

Por ejemplo, en la primera investigación a gran escala sobre ansiedad climática, que involucró a 10,000 personas de entre 16 a 25 años de diez países, el 75% afirmó “el futuro es aterrador”, además, el 50% dijo sentir tristeza, ansiedad, enojo, impotencia y culpa.

Los resultados publicados en The Lancet muestran que más del 45% cree que sus emociones sobre este asunto afectan negativamente su vida y funcionamiento diario; mientras que el 56% dijo sentir que “la humanidad está condenada”.

Preocuparnos por el declive planetario y entender que el actual proyecto civilizatorio lo causa es, sin duda, parte de salir del problema, pero la ecoansiedad va más allá de tener consciencia sobre lo que pasa en el mundo. Según la American Psychological Association (APA) este es “el temor crónico al sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático, y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones”.

Ansiedad al fin y al cabo

En 2011, los psicólogos Thomas Doherty y Susan Clayton publicaron un artículo en el que enlistaron tres clases de impactos psicológicos relacionados con el cambio climático: los directos, por ejemplo, debido a climas extremos; los psicosociales, como volverse desplazado climático; y los indirectos, como sentir preocupación, depresión y apatía por el futuro.

El uso de este término se extendió desde el 2019. Pero algunos psicólogos siguen considerando que la ecoansiedad es como la ansiedad general que se adhiere a distintos motivos, reales o no. Es decir, según la APA, es una mezcla de “sentimientos de tensión, pensamientos de preocupación y cambios físicos”, así como “una respuesta de acción prolongada y orientada al futuro, enfocada ampliamente en una amenaza difusa”.

Se considera que la ansiedad surge de no tener herramientas para afrontar ciertas situaciones, pero también se presenta en quienes las tienen pero no pueden usarlas.

Para mitigar esto, algunos terapeutas ponen atención a la forma en que cada persona lidia con la incertidumbre y la angustia a lo largo de su vida, no solo ante las crisis ambientales. Otros creen que la respuesta emocional a la catástrofe es una señal de salud que puede derivar en acción.

Una mirada ecocéntrica

El ecoterapeuta Adrián Villaseñor Galarza está en Playa del Carmen dirigiendo un retiro de ecopsicología. Entre los participantes de este encuentro, cuenta, hay ambientalista, activistas, psicólogos o psiquiatras que buscan nuevas herramientas para su trabajo y su vida; en estos encuentros, “la mayoría, el 80%, son mujeres”.

Villaseñor está certificado como psicólogo climático, es biólogo de profesión y académico en el Instituto de Estudios Integrales de California (CIIS), donde estudió un doctorado en filosofía y religión, que le permitió enfocarse en la investigación en ecopsicología.

La APA señala que esta disciplina “promueve un modo de pensar menos egocéntrico en favor de uno más ecocéntrico. Al alentar a los humanos a reconsiderar su posición en el mundo natural, algunos psicólogos creen que pueden influir en las personas para que sean administradores más responsables de la naturaleza”.

Villaseñor explica que este campo propone que el ser humano y la naturaleza tienen un vínculo estrecho, entonces la salud de uno propicia la del otro, así como la patología en uno causa la enfermedad en el otro.

El autor de libros como “Sanción ancestral”, Bioalchemy y The Wild Call of Nature, anota que algunas estrategias para educar sobre estos temas solo muestran datos catastróficos del futuro y terminan por activar mecanismos de defensa en las personas: evitar o ignorar. “No hay un cambio de conducta asociado”.

Pensando en la disociación entre el daño ambiental y nuestras acciones, la ecopsicología propone que “la psique humana no se encuentra entre nuestros dos oídos ni es exclusiva de la humanidad, por el contrario, sugieren que la mente humana surge en función de una psique de la Tierra”.

Entonces, explica Villaseñor, la ecopsicología plantea que la mayoría de nuestras psicopatologías, “descansan o, al menos, están conectadas con la fractura entre nosotros y la naturaleza”. Visto así, indica el ecoterapeuta, la ecoansiedad puede verse como un paso a la salud, y agrega que “si concibiéramos al planeta como nuestra fuente de vida, como nuestra casa y nuestro nutriente emocional y psicológico sería natural estar ecoansiosos por como ocurren las cosas”.

Un informe de la APA, ecoAmerica y Climate for Health refiere que la emociones negativas no son una enfermedad mental, pero pueden se fuente de tristeza y estrés. Ahí también describen a la ansiedad como una señal que nos advierte de amenazas y provoca atención por afrontarlas.

Naturaleza como terapia

La terapia cognitiva conductual ha mostrado tener efectividad para tratar ansiedad. Por su parte, la APA sugiere que para prepararse o recuperarse del trauma mental relacionado con el cambio climático, es valioso desarrollar la creencia en la resiliencia propia, cultivar el afrontamiento activo y habilidades de autorregulación, así como mantener prácticas que ayuden a proporcionar un significado de sentido y promover la conexión con la familia, lugar, cultura y comunidad.

La ecopsicología propone restablecer el contacto con la naturaleza no humana. Aceptar lo que ocurre y actuar, el profesor de la CIIS dice que esto incluye “terapia ocupacional, regeneración del paisaje o manejo de mi residuos orgánicos”. Un estudio realizado en Japón mostró que el comportamiento proambiental puede mejorar el bienestar subjetivo presente y las expectativas de bienestar subjetivo futuro.

Cuando la movilización es colectiva el beneficio puede ser mayor. Al respecto, el sociólogo Omar Cano, considera en su artículo ¿Eco-ansiedad, eco-indiferencia? Que la ecoansiedad no es un asunto privado que se limita al “yo”, de modo que atenderlo debe ocurrir en el ámbito público.

La ecoterapia gana terreno, aunque no todas sus intervenciones están basadas en evidencia. Villaseñor Galarza cuenta que la ecopsicología tiene estudios sobre los efectos del contacto directo con la naturaleza, sobre la solastalgia, que son los efectos negativos por déficit de naturaleza, y en referencia a los daños a la salud mental por temperaturas altas, contaminación ambiental y desastres socioambientales.

Otros estudios exponen que las personas con problemas de salud mental preexistentes y abuso de sustancias tienen un mayor riesgo de disrupción climática, también indican que los más jóvenes son afectados de forma particular al identificar que vivirán las peores consecuencias del cambio climático y porque el estrés postraumático es más dañino en etapas de desarrollo.

Algunos libros que la Climate Psychology Alliance sugiere para procesar las emociones climáticas son Una guía de campo para la ansiedad climática: cómo mantener la calma en un planeta que se calienta, de Sarah Jaquette Ray, Esperanza activa: cómo enfrentar el lío en el que estamos metidos sin volvernos locos, de Joanna Macy y Bajo el cielo que hacemos: Cómo ser humano en un mundo en calentamiento, de Kimberly Nicholas.

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