América Latina en alerta por aumento en tasas de suicidio
Mientras en el mundo los suicidios disminuyen, en las Américas siguen subiendo. Uruguay busca frenar una de las tasas más altas de la región y Chile acaba de lanzar un ambicioso programa de prevención.
DW.- Las Américas es la única región del mundo donde la mortalidad por suicidio ha ido en aumento desde el año 2000. Según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la tasa promedio en la región es de nueve casos por cada cien mil habitantes. Sólo en 2019, se quitaron la vida 97 mil personas.
Se trata de un fenómeno complejo y multifactorial. “No existe una causa única que pueda explicar las tasas crecientes, sino que, más bien, existe una combinación de factores individuales, sociales y culturales”, señala a DW el Dr. Matías Irarrázaval, asesor regional en salud mental de la OPS.
Entre ellos, factores socioeconómicos, como desempleo o pobreza; problemas de salud mental no tratados, como la depresión; falta de acceso a atención médica; experiencias traumáticas, como abuso, acoso escolar y la muerte de un ser querido; falta de apoyo social o aislamiento, conflictos familiares, uso de sustancias y acceso a objetos o medios letales.
El 79% de los suicidios en la región son cometidos por hombres. Un reciente informe de la OPS indica que, en la medida que aumenta el gasto público en salud y la cantidad de médicos por habitante, se reducen los suicidios, y que es urgente apoyar a las personas que habitan en zonas rurales aisladas.
Irarrázaval observa que “la pandemia ha tenido un impacto significativo en la salud mental y ha exacerbado muchos de los factores que contribuyen al riesgo de suicidio”. Sin embargo, la evidencia de su impacto es mixta, y se necesitan más estudios para comprender mejor esa correlación.
El preocupante caso de Uruguay
La situación en el continente es variada. Mientras en América del Norte se presenta la tasa más alta (14,1), la región andina tiene la más baja (3,9). En este contexto, preocupa el caso de Uruguay, que en 2019 tuvo una tasa de suicidio de 21,2 por cien mil habitantes, solo superada en la región por Guyana y Surinam.
“La paradoja es que, según análisis internacionales, Uruguay es una de los países más seguros, felices y con estabilidad social en América Latina, pero factores como violencia, abuso, falta de empleo, pobreza, problemas de seguridad y vivienda generan un ambiente que impacta a nivel de vivencia”, dice a DW la psicóloga Susana Quagliata.
Dentro los múltiples factores, la docente de la Universidad de la República, Uruguay, destaca “la presencia de violencias a todo nivel a lo largo de la vida, desde lo político-económico hasta lo sociofamiliar e individual”. También el narcotráfico ha añadido otro elemento: “En nuestro país, casi el 90% de suicidios está asociado al consumo de sustancias, principalmente en los adolescentes”, señala Quagliata, quien integra el grupo asesor de la Comisión Nacional Honoraria de Prevención del Suicidio en Uruguay.
En el acceso a salud mental, “no solamente están desbordados el sistema público y privado, la distribución de los recursos no son los adecuados, no se llega a tiempo, falta seguimiento y hay mucha demora en la atención”, sostiene la especialista.
Desde la década de los 90 se observa en el país un aumento sostenido de casos, con un máximo que se registra en paralelo con la crisis económica del 2002, y un posterior incremento constante.
Tras la pandemia la irrupción fue abrupta, sostiene la psicóloga. Sólo en el primer semestre de 2022, hubo un 25% más de suicidios que en igual periodo del año anterior, según cifras del Ministerio de Salud del país.
La prevención es prioridad
“Varios países de la región han implementado políticas y programas para prevenir el suicidio y mejorar la salud mental de sus poblaciones, y la OPS ha brindado asistencia técnica para desarrollar estrategias nacionales basadas en el enfoque VIVIR LA VIDA”, destaca Irarrázaval. Sin embargo, persisten desafíos ante “la falta de recursos, la estigmatización de la salud mental y la falta de acceso a servicios de atención médica y salud mental de calidad”, añade.
Uruguay cuenta con un Plan Nacional de Prevención y se están desarrollando campañas de sensibilización, como la del Instituto de la Juventud y UNICEF, llamada “Ni silencio ni tabú”. Entre otras medidas, tienen un registro de intentos no consumados para lograr un mejor seguimiento. “No hay que minimizar el riesgo. Se requiere un abordaje interdisciplinario, todas las instituciones deberían dar prioridad, facilitar el acceso a atención oportuna, seguimiento adecuado, y crear redes comunitarias”, sostiene Quagliata.
“El suicidio es prevenible existen intervenciones efectivas para reducir su incidencia”, subraya Matías Irarrázaval. Investigar y comprender las causas permite un enfoque integral, basado en la evidencia, partiendo por la identificación temprana y el tratamiento de trastornos mentales.
En Chile, el gobierno regional de Santiago, junto a siete organizaciones, acaba de lanzar el programa Quédate, que destacan como una iniciativa pionera, única en América Latina. Un presupuesto de casi dos millones de euros, la mayor inversión hecha en el país en esta materia, un enfoque amplio y especial trabajo con grupos de riesgo, como adultos mayores, jóvenes y miembros de la comunidad LGBTQ.
Contempla talleres para la comunidad, un aumento de psicólogos en servicios de urgencia, nuevos centros para registros estadísticos, un chat para personas en crisis o con idea suicida, y la formación de grupos de apoyo para personas que han perdido a un ser querido.
La Fundación José Ignacio, creada por Paulina del Río hace 16 años, tras la muerte de su hijo, es parte del programa. “Yo empecé a trabajar en esto en forma muy artesanal, y es emocionante ver este programa concretado. Para que cada vez haya menos José Ignacios, para que las personas estén más conectadas, puedan formar vínculos y tener quién los escuche activamente, con cariño, con empatía y sin juicios”, dice a DW.
En Chile las tasas volvieron a subir después de la pandemia y a superar los niveles previos, llegando a 10,3 casos por cien mil habitantes en 2022. “El estigma que pesa sobre este tema es muy poderoso. Tengo mucha esperanza que un día no muy lejano vamos a poder hablar abiertamente de salud mental y prevención de suicido”, señala del Río.
Esto es clave para actuar a tiempo, indica: “El suicidio es un problema multifactorial, y la ayuda también debe ser multifactorial. Empecé en el sufrimiento más horrible, y hoy, con el apoyo de mis tres hijos, también de José Ignacio que me guía, y de mucha gente maravillosa, este proyecto existe, y yo soy otra. Desde la Fundación, y ahora como parte de este programa, el principal objetivo es ayudar a la gente que sufre”.