Desbordado el Panteón del Morro, familias enteras acudieron a visitar a los fieles difuntos, ni un alfiler cabía entre las tumbas adornadas de las flores más lindas de la temporada.
Llegar al panteón era toda una travesía, desde la avenida Ricardo Gallardo, vehículos hacían doble fila en ascenso y descenso de personas que llegaban y salían de este lugar. Encontrar estacionamiento también fue un reto.
Frente al Morro se colocaron decenas de negocios vendiendo flores de Cempasúchil, frutas, aguas frescas y toda clase de alimentos; entre ellos las tostadas borrachas, el tepache y las tradicionales gordas de horno.
En la puerta principal, había un tumulto de gente que cargaba macetas y arreglos florales para adornar las tumbas.
Era común ver en los pasillos gente cargando con garrafones y botes de agua, algunos hasta traían toldos y sillas para hacer su fiesta personal.
Viejas y nuevas generaciones rodeaban las tumbas, casi todas arregladas con la flor amarilla de la época de muertos, algunos llevaban sus alimentos para comer con sus muertos. El platillo que más les gustaba en vida.
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