CNN.- Una pequeña isla sobresale en el mar Caribe, con sus escarpados acantilados descendiendo hacia aguas turquesas. Remota y deshabitada, podría ser el escenario ideal de un paraíso virgen. Pero hace siglos que el ser humano dejó allí su huella.
Se trata de Redonda, la poco conocida tercera isla perteneciente a Antigua y Barbuda. Documentada por primera vez por Cristóbal Colón en 1493, no fue hasta 200 años después cuando, aparentemente, la gente puso el pie en esta isla salvaje. Sus bandadas de aves marinas la convirtieron en un lugar atractivo para la extracción de guano, excremento de ave utilizado como fertilizante y pólvora en el siglo XIX. Conocido en la época como “oro blanco”, al guano se le atribuye el mérito de haber impulsado el desarrollo de la agricultura moderna, y en el apogeo del comercio, Redonda producía hasta 4.000 toneladas al año.
Pero con los humanos llegaron especies invasoras, como las ratas negras y las cabras silvestres. Mucho después de que cesara la producción de guano tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, estos animales permanecieron en la isla, devorando las plantas o depredando sus especies endémicas. Con el tiempo, la mayor parte de la vegetación desapareció y, sin nada que la mantuviera unida, la masa terrestre empezó a desmoronarse, las rocas y el suelo se deslizaron hacia el mar y ahogaron el ecosistema submarino. Las aves dejaron de anidar e incluso algunas cabras murieron de hambre, dejando sus cadáveres esparcidos por la isla. Redonda se había convertido en un paisaje yermo gobernado por ratas.
Al ser testigos de estos cambios, los grupos ecologistas decidieron pasar a la acción. En 2016, lanzaron una iniciativa para restaurar la isla y eliminar las especies invasoras.
“Eso es todo lo que hicimos. Solo eliminamos las especies que se suponía que no debían estar allí y en cuestión de meses vimos que la vegetación volvía a crecer: la isla repuntaba”, dice Johnella Bradshaw, coordinadora del programa Redonda para el Environmental Awareness Group (EAG), una ONG de Antigua y Barbuda que lidera el proyecto.
“Hasta la fecha, no hemos plantado nada, no hemos reintroducido ninguna especie. Simplemente eliminamos las ratas y las cabras, y la isla se transformó delante de nuestros ojos”, afirma.
Esta extraordinaria recuperación ha hecho que la isla y el océano que la rodea hayan sido declarados zona protegida. Anunciada este mes por el gobierno de Antigua y Barbuda, la Reserva del Ecosistema de Redonda abarcará 30.000 hectáreas de tierra y mar, incluida la diminuta isla, las praderas marinas que la rodean y un arrecife de coral de 180 kilómetros cuadrados.
Prevenir la extinción
La nueva designación no solo es una gran victoria para los grupos conservacionistas implicados en el proyecto, entre ellos el EAG y organizaciones internacionales como Fauna & Flora y Re:wild, sino también para las 30 especies amenazadas o casi amenazadas a escala mundial que se cree que residen en la zona protegida.
Los ecologistas esperan que su esfuerzo contribuya a evitar la tragedia que se está desencadenando en muchas islas costeras de la región. Según Fauna & Flora, las islas del Caribe, a pesar de que ocupan apenas el 0,15% de la superficie terrestre, son responsables de al menos el 10% de las extinciones de aves registradas en el mundo, el 40% de las extinciones de mamíferos y más del 60% de las extinciones de reptiles desde el año 1500.
“Son focos de biodiversidad, pero también el epicentro y los puntos focales de la mayoría de las extinciones de especies del mundo. No podíamos permitir que eso le ocurriera a nuestra Redonda”, afirma Bradshaw.
La investigación científica ha descubierto que las especies invasoras son el principal motor de la pérdida de biodiversidad autóctona en las islas y erradicarlas es una de las iniciativas más eficaces para invertir estas tendencias. Sin embargo, el proceso de eliminación no siempre es fácil. Se calcula que Redonda, de unos dos kilómetros de largo, tenía unas 6.000 ratas y 60 cabras antes de la erradicación, explica Bradshaw. Un equipo se dedicó a recoger a mano las cabras, que fueron trasladadas por aire a tierra firme para su reubicación. A continuación, otro equipo acampó en la isla durante dos meses seguidos, administrando cebos para las ratas y vigilando su población a medida que disminuía lentamente. Al principio, los investigadores oían por la noche a las ratas corretear alrededor de sus tiendas, cuenta Bradshaw.
Finalmente, en 2018, la isla fue declarada oficialmente libre de ratas, y ha mantenido ese estatus desde entonces.
Desaparecidos sus depredadores, los lagartos endémicos de Redonda se han recuperado, y las poblaciones de una especie en peligro crítico, el dragón de tierra de Redonda, se han multiplicado por 13 desde 2017, según los investigadores. La biomasa total de la vegetación ha aumentado en más de un 2.000% y 15 especies de aves terrestres han regresado desde entonces, incluidos pájaros bobos y fragatas.
“Antes de la erradicación, solo había un árbol en Redonda, y solo quedaba un ave terrestre residente viviendo en la isla”, recuerda Bradshaw. Pero ahora el ecosistema funciona y el círculo de la vida se ha reiniciado.
“Estamos consiguiendo vegetación, estamos consiguiendo higueras. Los pájaros vienen, comen y echan semillas. Vemos cómo crecen árboles diferentes que invitan a venir a más pájaros”, explica.
“Un faro”
El reto ahora es cómo mantener esta tendencia. Bradshaw dice que el EAG ha puesto en marcha medidas de bioseguridad para limitar el riesgo de cualquier reinvasión, y también ha empezado a hacer estudios de viabilidad de cara a posibles reintroducciones de especies autóctonas, como iguanas o búhos de madriguera.
Pero advierte que la isla está “aún en los primeros pasos de la recuperación” y “basta una rata para destruir todo ese trabajo”.
La designación de zona protegida debería ayudar a mantener el estatus. Aunque se permitirá la pesca sostenible en la zona, habrá una “zona de repoblación” alrededor de la isla que actuará como amortiguador, donde no podrán entrar embarcaciones no autorizadas. Todas las embarcaciones y personas que se acerquen tendrán que ser investigadas, para garantizar que no haya ratas a bordo o que nadie lleve accidentalmente semillas invasoras en la ropa o en bolsas.
Las Fuerzas de Defensa de Antigua y Barbuda ayudarán a patrullar la zona y, cuando el Gobierno reciba fondos suficientes, se espera que compre embarcaciones específicas para la reserva del ecosistema con personal de patrulla a tiempo completo, explica Nneka Nicholas, asesora jurídica del Departamento de Medio Ambiente.
En última instancia, el éxito de la zona protegida redunda en beneficio de los isleños, afirma Helena Jeffery Brown, coordinadora técnica del Departamento de Medio Ambiente y miembro fundador del programa de restauración de Redonda. “En los estados insulares pequeños y en desarrollo, nuestra supervivencia depende de una biodiversidad sólida. Cuando no la tenemos, nuestras islas quedan menos resilientes a los cambios: al cambio climático, a la contaminación, a las invasiones, a otras fuerzas impulsoras”, afirma.
El objetivo es que la restauración de Redonda sirva de “faro” que otras naciones insulares puedan imitar, añade, para hacer de toda la región, y del mundo, un lugar más resistente.
Bradshaw está totalmente de acuerdo: “Redonda demuestra que el ‘rewilding’ funciona, cuando se deja a la Madre Naturaleza hacer lo que mejor sabe hacer”.