Este es un pueblo otomí en Veracruz donde no hay señal telefónica, ni Internet del Bienestar, ni carreteras pavimentadas. Pero esto no impide que los pobladores estén conectados a sus redes.
Expansión.- Eleuteria Cabrera calienta tortillas sobre el fogón cuando su hija Aleli, quien mira sentada en una silla de plástico verde su teléfono, exclama: “¡hubo un accidente en la carretera!”. “¿Hay muertos?” pregunta Santiago Bautista, su hermano. “Sí, uno” contestó Aleli.
El accidente acababa de ocurrir. No había transcurrido ni una hora cuando Tepozuapan AC, un perfil de Facebook con 2,600 seguidores, publicó la noticia con fotografías. A tan solo unos minutos del posteo ya cuenta con más de 50 interacciones y cinco comentarios de gente de la comunidad. Algunos ya etiquetan a usuarios. Otros culpan a las autoridades por las malas condiciones de la carretera.
Eleuteria, Aleli y Santiago son habitantes de Cruz Blanca, una de las 171 localidades de Ixhuatlán de Madero, Veracruz. Este es uno de los últimos pueblos otomíes de Veracruz que colinda con Hidalgo. La separan 142 kilómetros del Puerto y 257 de la Ciudad de México, con un tramo de más de 11 kilómetros de terracería sin alumbrado público.
Aquí no hay un centro de salud, ni una estación de policía ni una antena de red móvil. Incluso, la señal de Telcel se pierde a más de 20 kilómetros antes de llegar al pueblo. Pero esto no significa que la gente esté desconectada o desinformada. Aquí hay internet.
De abarrotes a barritas de WiFi
En Cruz Blanca no hay Internet para el Bienestar, un programa impulsado por el Gobierno de México que ofrece acceso a telefonía e internet móvil en las zonas rurales más apartadas del país. Y aunque el Instituto Federal de Comunicaciones dice que el 96% de las comunidades con presencia Otomí cuentan con cobertura, en Cruz Blanca lo que llegó es el internet satelital de SkyNet, cuya concesión, por ahora, solo la renta la familia Cabrera.
Abel Cabrera no solo es dueño de la construcción más colorida de Cruz Blanca, pues sus paredes azules con puertas verdes resaltan sobre las casas de cemento del pueblo. Este local es también el café internet del pueblo que vende uno de los productos más codiciados por los habitantes: tarjetas de internet. Tienen un costo de 12 pesos para navegar en Facebook, YouTube, SnapChat, Instagram y WhatsApp. Las gigas son ilimitadas, pero el tope son cinco horas por tarjeta, hayas usado lo que hayas usado.
A pesar de que la mitad de este local lo abarcan viejas y empolvadas computadoras, todas están vacías. El verdadero negocio está en que este no es un “café”, sino una tienda de abarrotes que vende las tarjetas de conectividad para los celulares. A través de un usuario y contraseña únicos, al conectarse al wifi se abre el portal de SkyNet donde se ingresan los datos y se comienza a navegar.
Afuera del local también hay dos bancas donde los pobladores se sientan a mirar su teléfono. “Los teléfonos más caros como que no agarran la señal más lejos”, dice una mujer sentada en una de las bancas mientras navega por Facebook a través de su teléfono.
Abel dice que la señal de su internet solo se extiende a unos 300 metros del local; aunque algunas personas, como Areli, han encontrado puntos en sus casas más alejadas donde aparecen algunas barras de wifi para mirar Facebook.
Aunque de acuerdo con Santiago, en las noches es cuando más se satura, pues los jóvenes se desvelan jugando o viendo sus redes. “Tengo una sobrina que va a la prepa. Ella se duerme a las doce, una de la mañana ahí en el Face. Uno pensaría que en el pueblo a las ocho de la noche se apaga la luz, pero ya no”.
Conectividad sí, pero ¿a qué costo?
“El vicio, el vicio”, dice Santiago. “A mí me ha llevado todo un proceso muy cabrón desconectarme del Facebook. No lo he podido hacer, pero si he moderado lo que comparto”.
Santiago tiene 38 años, está casado con Laura y tiene un hijo de tres años. Pero este fin de semana solo está de visita en Cruz Blanca para una festividad del pueblo, pues estudia un doctorado en antropología en la Ciudad de México. Él y su familia viven con 6,000 pesos mensuales que les otorga el CONAHCYT. El caso de Areli es similar. Ella trabaja como empleada doméstica en la cabecera municipal, donde gana cerca de 4,000 pesos al mes.
Aún así, 12 pesos por tarjetas de internet es un gasto que ambos pagan. “Una tarjeta nos dura cerca de tres días” dice Areli. Tanto ella como Santiago compran entre 10 y 12 tarjetas al mes. Para Santiago esto es cerca del 2.4% de su salario. Para Areli, 3.6%.
“Ya cambió completamente la dinámica y la vida de las comunidades. Se modificó la vida. Los niños ya no juegan futbol, por ejemplo. Ya no van a la milpa. ¿Quién va a trabajar la tierra?”, reclama Santiago y dice que es causa del “vicio” de los teléfonos, especialmente de Facebook y de Free Fire, un videojuego de disparos con el que están enganchados los adolescentes de la comunidad.
Santiago lo dice con conocimiento de causa, pues en realidad, él fue la primera persona en traer el internet a Cruz Blanca, en 2011. Estudiaba la licenciatura en Gestión Intercultural para el desarrollo intercultural, en la Universidad Intercontinental, cuando se volvió becario del Laboratorio Multimedia.
“Trajeron una supercomputadora. Una Mac, y ahí fue cuando la tecnología de punta tocó aquí”, explica. Apretando botones y jugando con el aparato Santiago se volvió experto, y fue ahí donde decidió llevar la tecnología a Cruz Blanca.
Consiguió financiamiento y montó Dihendä P’âdi, el primer café internet de Cruz Blanca con 12 computadoras. En otomí estas palabras significan “quiero saber”, y para acceder al conocimiento de Google, contrató el internet satelital de Hughes Communications. “Es que el satelital es como una caja que nada más ponen y ya. No necesitas modificar la infraestructura”.
Durante dos años operó Dihendä P’âdi , pero no salieron las cuentas. Solo por el internet Santiago pagaba 2,000 pesos mensuales, más los gastos para mantener el negocio. La gente utilizaba las computadoras principalmente para chatear en Messenger, la aplicación de mensajería, ver YouTube y hacer las tareas escolares. “Pero solo venían un ratito y ya. Yo cerraba mi local temprano y nos íbamos a jugar fútbol”, lamenta Santiago.
Eran otros tiempos. Hughes Communications le cobraba a Santiago por los gigas consumidos y tenía que limitar las búsquedas de los clientes, especialmente los vídeos de YouTube porque consumían muchos gigabytes. Además, aún no llegaban los celulares. Santiago obtuvo la oportunidad de estudiar en la CDMX y cerró el local.
Sin embargo, el internet satelital se quedó en la comunidad y con el tiempo las compañías comenzaron a ofrecer mejores planes, como gigas ilimitados. Por ello, frente a la casa de Santiago, Abel Cabrera puso su café internet. “La gente compra tres, cuatro tarjetas al día”, dice orgulloso el dueño.
Marck Zuckerberg ‘llegó’ a Cruz Blanca
Es viernes, el último de enero. A las ocho de la noche en la explanada de Cruz Blanca comenzó “el costumbre”; un ritual donde se “da de comer al patrón” antes de Semana Santa.
Areli, Santiago y más de cincuenta personas de la comunidad de todas las edades están vestidas con máscaras y danzan alrededor de una ofrenda. Eleuteria observa con una sonrisa a sus hijos y nietos. Alrededor, más de cien personas, niños, jóvenes y adultos, admiran el baile y toman fotografías y videos con sus teléfonos.
“¿Alguien me tomó fotos vestida?” pregunta Areli a la mañana siguiente a la fiesta. “¡Para subirlas al Face!”, dice mientras la familia desayuna tortillas calientes con trucha recién sacada del río. “Seguro al rato te mandan y te etiquetan en varias”, responde su hermano.
Es cierto que en Cruz Blanca no llegó Telcel, ni una carretera pavimentada ni un centro médico que atienda a los recién lesionados. Pero aquí, Facebook entró hasta la cocina de la gente.