Médico, ¿Dónde quedó tu ética?

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Artículo de Opinión

 

Por: Paty Calvillo

 

El amor de mi vida, murió en mis brazos. Mi joven y bella madre, la de ojos almendrados, hoy me dejó. Éste, es el profundo y amargo lamento de quien llora la pérdida del ser querido más importante en la vida de cualquiera, ante la negligencia y deshumanización de los médicos; su madre no fue diagnosticada correctamente, tampoco atendida en la urgencia. Los doctores solo la veían desde la puerta y la dejaron morir, sin menores aspavientos.

A las 4:00 de la mañana del 14 de enero de este año, la falta de aire era insoportable para una mujer que apenas había cumplido los 60 años de edad. Las pulsaciones también eran lentas. En su lecho, se quejaba fuertemente.

María, era acompañada de su hija mayor, quien la había cuidado toda la noche luego de que previamente habían recurrido al médico de la familia Juan Pablo N., precisamente por tener esos extraños síntomas y les aconsejó conseguir oxígeno en medio de la peor semana de contagios por el Covid-19 para el Estado de San Luis Potosí, fue imposible.

Durante la noche, su madre se quejó de fatiga y no poder respirar, al considerar intolerable está situación se fueron a buscar ayuda.

La paciente, salió de su domicilio con sus familiares, caminando, incluso se alcanzó a vestir por sí sola, en el trayecto se le escuchaba sofocada, acudieron al hospital privado más cercano, uno, ubicado en la avenida B. Anaya, donde el cruel y despiadado personal médico no la quiso recibir, ni siquiera valorar. Tampoco bajaron a verla en el automóvil donde era traslada, argumentaban que ahí no atendían a pacientes Covid; aún sin saber sí en realidad tenía esa enfermedad.

La hija mayor, les suplicaba por auxilio para su madre, mientras la cargaba en sus brazos, ninguno de los médicos ni el personal de vigilancia las ayudó, aún y cuando sus desesperados familiares les solicitaban la caridad de revisarla. Al ver su cerrazón se les informaba que tenían estudios clínicos recientes donde salía negativa al maldito virus del siglo XXI, aun así, no la quisieron recibir y la mandaron a un hospital público.

Al no encontrar ni una pizca de solidaridad humana en aquel centro médico, ni el personal que en su conclusión universitaria prometió seguir al pie de la letra el Juramento Hipocrático, y que se olvidaron del documento creado en la Roma imperial en el siglo II, se trasladaron hacia otro nosocomio privado cercano, está vez, el ubicado en la carretera 57, donde pasó lo peor.

Tras arribar a este impresionante hospital, desde el estacionamiento, el personal de este lugar tampoco quería dejarlos entrar, sin embargo se condolieron y permitieron el acceso. En tanto, aquella joven madre, sacaba la lengua y no podía hablar, apretó la mano de su hija y se desvaneció. La desesperada hija gritaba por apoyo a los galenos quienes solo estaban de espectadores desde la inmensa y fría puerta de urgencias.

Ellos, solo decían que no podían atender a pacientes Covid, aunque ni siquiera sabían o preguntaban qué signos traía la enferma, al ver la indolencia de los de la bata blanca, los familiares descendieron del carro para convencerlos por apoyo, dos y muy jóvenes, eran los que no querían atenderla. Solo observaban y preguntaban ¿qué plan tiene?.

Los familiares se volteaban a ver, no entendían lo qué pasaba, la hija mayor desde la unidad vehicular preguntaba, qué sucede, hasta que los médicos en tres ocasiones insistieron “¿qué plan tiene?”. “No entiendo qué significa eso, pero valórela, valórela, doctor, por favor. Si eso significa, con qué voy a pagar, el dinero no es problema, por favor ayúdela, venga, corra”, solo uno de ellos se acercó por una de las ventanas e insistió en el método de pago, pero nunca vio a María.

Hasta que les quedó claro que el asunto monetario no era problema, se arrimaron a la paciente, uno de ellos, el más robusto, se aproximó para tocar sus pulsaciones en el cuello, no dijo ni preguntó absolutamente nada, inmediatamente regresó al área de urgencias; se hizo un silencio ensordecedor y la hija mayor preguntó “por qué no vienen, por qué no traen la camilla, valórela por favor”.

El hombre regresó con su compañero, un doctor de tez morena y con dientes que parecían colmillos. Ahora sí, cuestionaron por los síntomas, se les recalcó “no puede respirar y estaba cansada”. Preguntaron que sí era paciente Covid, se les insistió que no, su médico particular no les dio ese diagnóstico, también les compartieron que tenía exámenes médicos negativos a la enfermedad. Allí, sin tapujos, sin condolerse, sin gracia, dijeron “ella ya no tiene signos vitales”, trepidantes palabras para quienes buscaban salvarla como fuera.

Estos miserables médicos también sin tocarse el corazón argumentaron a los desconsolados familiares “ella no murió aquí, busquen a su médico familiar para qué les dé el certificado de defunción, llévensela, porqué va a llegar el Ministerio Público, ella no murió aquí”.

Desde ese entonces, solo resuena en la cabeza y el pensamiento, y ¿dónde quedó su ética?, la promesa que orienta al médico en la práctica de su profesión. Esos, los profesionales de la salud, se olvidaron de esta frase de su Juramento Hipocrático “En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción…”.

Y entonces…, cabe opinar, porqué esos médicos del sector privado y público se están relajando tanto en medio de la peor crisis sanitaria que hemos tenido en décadas, se han deshumanizado tanto, que dejan morir a la gente en la calle.

Tienen miedo a caer contagiados, y por qué no recordaron que es un riesgo inminente de su labor. Un carpintero puede golpearse un dedo mientras clava algo, una costurera pincharse con la aguja, un militar a morir salvando al país de las garras de la criminalidad, un albañil de caer de un tercer piso, un barrendero de morir atropellado cuando limpia las calles y así la lista es interminable.

El dinero es antes que la salud, solo la clase rica de la ciudad puede tener acceso a ella, los médicos actuales sólo se deben a la opulencia y su criterio de salvar vidas, dónde se aisló y en qué momento se perdió.

También resuena, en estos tiempos, con qué objetivo los centros de salud se denominaron sitios de atención Covid, sí no tienen la capacidad suficiente de hacerlo, de qué quieren presumir, más vale la honestidad que andar perdiendo el honor de ser prestadores de servicios de salud.

Porqué ninguna autoridad jurídica se responsabiliza de todos estos dilemas que se hacen visibles en medio de la pandemia.

Los médicos del nosocomio no cometen un delito al afirmar que la paciente no murió allí sino en su hogar, eso no es mentir a la Ley, bajo qué fundamento se desligan de esa muerte.

No hacer nada también es corrupción, eso le dicen a la clase política cuando gobierna mal y entonces, esos doctores y personal médico que se quedó atónito ante tal situación, no es corrupto?, no se corrompió y mostró el rostro más cruel de estos tiempos.

Ya se ha normalizado este sin sentido médico, incluso en los hospitales públicos se reporta que los doctores ya no quieren hacer la visita a los enfermos, y se quedan en sus estaciones de trabajo como lo hacían antes de entrar a esta dinámica del Coronavirus.

Son imperdonable estas y muchas de sus actitudes, hoy nos ubicamos en una especie de limbo o perversión, donde no solo se permite que se deteriore la salud de muchos, que incluso mueren por estas y muchas más negligencias, sino que además han ayudado a que se vayan apagando aquellas frases solidarias que dictan, el bien ser, el bien hacer, el bien estar y el bien tener. Al menos estos médicos las olvidaron.

 

 

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