La madrugada del 30 de noviembre, murió en Tlaxcala, el escultor, pintor y académico mexicano Federico Silva, cuyo legado escultórico traspasa fronteras nacionales e internacionales. Artista plástico que siempre mostró una gran congruencia a sus convicciones y principios. Crítico y vanguardista, convencido de que el artista tiene un compromiso con la sociedad y no con el gobierno.
Federico Silva nació en la Ciudad de México en 1923, desde hace casi cuatro décadas residió en la antigua fábrica textil “La Estrella” en Amaxac de Guerrero, Tlaxcala. Autodidacta, sin pasar por las aulas cuenta con una formación intelectual vastísima y una habilitación artística sobresaliente. Todo le interesaba: el hombre como núcleo de la existencia, su entorno natural y social, así como el cosmos y sus secretos. Duda de las apariencias, no lo abruma la cáscara del mundo, por ello se sumerge en sus mecanismos de operación. Sus recursos incluyen la física, la matemática y la geometría, saberes teóricos y aplicados que le permiten encontrar la lógica en el dibujo, la intervención de sólidos, la pintura y el ensamblaje.
Inició su carrera con el pie derecho, asistió durante 1944 y 1945 a David Alfaro Siqueiros en el Palacio de Bellas Artes en la creación del mural “Nueva democracia”, después enriquecido con los paneles “Víctimas de la guerra” y “Víctima del fascismo”. A invitación del propio artista chihuahuense participó en la muestra antibelicista en el vestíbulo del gigante de mármol y ya en 1946 tendría su primera exposición individual en la Galería de Arte Mexicano invitado por su fundadora Inés Amor, una de las más notables promotoras de la cultura de nuestro país, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Reconociendo los aportes de la Escuela Mexicana de Pintura y Escultura, Federico Silva fue ampliando sus horizontes estéticos, y escuchando sus voces profundas, provenientes de un nacionalismo cosmopolita, abierto, dispuesto a actualizarse. El distanciamiento con las formas del realismo, si bien estilizadas en su corpus, no constituye un abandono de los contenidos y las intenciones. La suya, es una fábrica con pertinencia social, vigor técnico y armonía artística. Aún en sus primeros murales, de la Escuela Normal de Maestros (1949), la Escuela Margarita Maza de Juárez (1950) o el Instituto Politécnico Nacional (1953), se aprecia su soltura, movimiento y originalidad. Al paso del tiempo, se decanta su vocabulario, adentrándose en la abstracción y la geometría, descubriendo la tridimensionalidad, siendo pionero del cinetismo pleno, con fundamentación dinámica óptica. Entonces expresaría: “Pinto en libertad y con alegría”.
La herencia de los antiguos mexicanos se convirtió en la agenda de Federico Silva, y con equivalente complejidad y entusiasmo creador, a lo largo de su fértil existencia, se propuso saciar sus ansias y las nuestras, abarcándolo todo, planteándose la más mínima inquietud, porque todo lo resiste menos la tentación. Guardián de la tradición, siempre y cuando ésta se abra a la interpretación presente, actualizándose y resignificándose.