¿Sabes que el sentido del olfato es el más emocional de todos? Te contamos todos los secretos que pasan por tu nariz

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Vogue.- No hueles con la nariz, hueles con el cerebro. El sentido del olfato es el más desconocido y probablemente el menos valorado de todos… hasta que la pandemia nos ha hecho darnos cuenta de su importancia y su significado en nuestras vidas. Hasta un 88% de las personas que han sufrido el coronavirus han padecido anosmia y un aunque muchos lo han recuperado espontáneamente, en torno a un 20% no lo han conseguido, o no del todo. El sentido del olfato es el más primitivo, involuntario e irracional de los sentidos .La neurocientífica Laura López-Mascaraque, investigadora del Instituto Cajal del CSIC y presidenta de la Red Olfativa Española nos ha ayudado a descubrir los secretos inesperados de un sentido ligado a las emociones y los recuerdos

El olfato, la más antigua forma de comunicación

Las bacterias, microorganismos, plantas y animales se comunican a través de señales o intercambio de moléculas químicas. Órganos, como los ojos u oídos, surgieron más tarde en la evolución. Además, cuando nacemos, todo es química: un bebé solo se maneja a través de oler y chupar todo lo que tiene a mano. El sistema olfativo es un sistema totalmente químico que nos hace evocar recuerdos. Incluso a nivel de intervención social, el olfato es muy importante. Muestra de ello es que tenemos una gran cantidad de genes, casi 400 genes, entre el 3% y el 5% de todo el genoma humano, que se dedican al olfato.

Olfato y emociones

La conexión olfato-cerebro es muy primitiva. Evolutivamente todo era olfativo, el cerebro también. Cuando la molécula odorante llega al epitelio olfativo (en la parte superior de la nariz) la reciben unas neuronas, las únicas que están fuera del cerebro y las responsables de transformar esa información química (las moléculas) en información eléctrica que llega directamente al cerebro para su procesamiento. Es el único sentido que está en contacto directo con lo que llamamos cerebro emocional y además no tiene ningún filtro –por eso, es también el más irracional de todos–, mientras que en el caso de la vista o el oido, la información, visual o auditiva, pasa por una especie de filtro dentro del cerebro para llegar, después, a su destino.

Amor a primer olfato

Lo dicho, el sentido del olfato es el más emocional y por ello, como señalan desde la Academia del Perfume, juega también un papel fundamental en el proceso de enamoramiento porque las feromonas, hormonas relacionadas con la atracción y el placer, se detectan muy fácilmente por la nariz. Asimismo, dicen, un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology demostró que cuando estamos expuestos al olor de nuestra pareja, disminuyen los niveles de cortisol, la hormona que liberamos cuando tenemos estrés.

Olor a ti

Lo mismo que tenemos nuestra propia huella dactilar, cada persona tiene un olor propio, totalmente distinto al de cualquier otra persona, excepto de los gemelos idénticos. Cada uno de nosotros tenemos millones de bacterias y la interacción con estas, sobre todo en zonas como axilas, pies y manos, nos dan un olor determinado. Y por muchos perfumes que te eches, tienes ese pasaporte olfativo único, tu olor identificante. Por otro lado, ese olor puede variar por distintas causas. Por ejemplo, cuando estás estresada, las hormonas funcionan de otra manera y eso transmite un olor determinado. También puede suceder que el perfume que llevas lo huelas de una forma diferente, porque esa interacción que tienes en la piel y lo que estás exudando es distinto, tienes otros componentes en tu organismo que están extrayendo otro tipo de olores.

Memoria olfativa

La experiencia olfativa que tenemos se da fundamentalmente en la niñez. Y esos recuerdos pueden hacer que un olor nos parezca totalmente repulsivo o muy agradable. Si te has criado en Córdoba o Sevilla puede que tu olor favorito sea el de la flor de azahar, mientras que si has crecido en la Provenza prefieras la lavanda, porque son olores que te evocan la infancia.También hay un componente cultural muy importante. Hay olores que pueden gustar en determinadas culturas y que por ejemplo provoquen rechazo en los países occidentales, donde estamos ya muy acostumbrados a engañar al olfato, camuflando ciertos olores naturales.

¿Cómo definir los olores?

El olfato tiene un lenguaje muy limitado. Siempre dices “huele como a”. Pero también tenemos un problema: no hay un aprendizaje olfativo. De pequeños a todos nos enseñan los colores, las palabras… pero nunca te dicen huele algo. Es muy difícil verbalizar los olores y el problema está en que no hay palabras para definirlos muchas veces. Sin embargo, hay algunas tribus muy antiguas que disponen de muchas más palabras para definir los olores. Un olor normalmente te transmite un recuerdo y no defines el olor en sí sino lo que estás oliendo –por ejemplo, huele a hierba–. La rueda de olores es una herramienta que ayuda a aprender, reforzar y reconocer los olores.

Todo huele

Hasta el agua. En general, todo tiene moléculas químicas lo que pasa es que algunas de ellas tienen un olor que los humanos no somos capaces de detectar, mientras que otros animales, con más receptores, sí pueden oler. Dicen que los elefantes son los que tienen más receptores olfativos pero, por ejemplo, una mariposa o una polilla puede llegar a oler a un kilómetro de distancia. Además, oler o no oler algo depende también de la concentración. Es el caso del gas, para poder detectarlo hay que ponerle una molécula que a una milésima de concentración la hueles mucho. Más curioso es el caso de determinadas moléculas que según su concentración pueden oler bien o mal. Un ejemplo es el indol –muy utilizado en los perfumes– que a muy baja concentración huele a rosa y a alta concentración a pescado podrido. Eso explica que, por ejemplo, cuando destapas un perfume que llevaba años olvidado en un cajón, te pueda oler mal. Quizás ha subido la concentración de una de esas moléculas que ha virado a un aroma desagradaable.

¿Ya no te hueles tu perfume?

Seguramente te ha pasado alguna vez. te pones tu perfume favorito pero dices  ‘ya no me lo huelo’. Es porque estás saturada. Y es que una vez que te acostumbras a un olor te saturas los receptores; entonces ya forma parte de ti y no te hueles, como no hueles tu casa, pero sí la de los demás. Cada casa, como cada persona, tiene un olor característico, pero tú no detectas el olor de tu casa (a no ser que pongas un ambientador). Sin embargo, lo bueno que tienen estas neuronas que están acopladas a las mucosas olfativas y llevan la información al cerebro es que se renuevan cada 30 ó 40 días. En consecuencia, si quieres oler de nuevo tu perfume en ti misma, solo tienes que dejarlo de usar durante ese tiempo para volver a utilizarlo después

El olfato (también) envejece

A lo largo de la vida, vamos perdiendo capacidades celulares y poco a poco se pierde la agudeza de los sentidos, de todos; la vista, el tacto… Lo que pasa es que si lo pierdes prematuramente o de forma más brusca suele relacionarse con enfermedades. Así se ha visto con el COVID, pero también sucede, por ejemplo, en enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson en las que se ha visto que uno de los síntomas precoces, antes de que aparecer la sintomatología de la enfermedad, es la pérdida del olfato. El problema es que la disminución del olfato nadie te la mide.

La palabra que aprendimos en 2020

Hasta que la Covid-19 no interrumpió nuestras vidas, el concepto de anosmia era un término bastante desconocido. Todo el mundo sabe cómo se llama el que no puede ver -ciego– u oir –sordo–, pero muy pocos conocían cómo se llama a quien no puede oler –anósmico–. La anosmia es la pérdida total de olfato y detrás de ella hay múltiples causas. Además de ser un síntoma y secuela del coronavirus, también la provocan los pólipos en la nariz, el consumo de drogas, grandes traumatismos, tumores, problemas neurológicos o la exposición continuada a una contaminación olfativa muy alta (químicos de olor muy fuerte). Otros trastornos relacionados con el sentido del olfato son la hiposmia –una bajada de la capacidad olfativa–;la hiperosmia, que es totalmente lo contrario, oler en exceso; la cacosmia –todo te huele mal– o la fantosmia –imaginar olores, una especie de alucinaciones olfativas–.

El olfato se puede entrenar (y recuperar)

Y eso requiere memoria. Los enólogos o los perfumistas se han entrenado muchísimo para poder llegar a memorizar un olor y verbalizarlo. Por eso, cuando tomas un vino o hueles un perfume te resulta difícil sacar directamente los olores; pero si, por ejemplo, te guían y te dicen que el perfume lleva jazmín, entonces es probable que digas ‘¡Ah, sí, es verdad!’. El entrenamiento o la reeducación olfatoria también permite a los afectados por la anosmia poder recuperar (no siempre) el sentido del olfato. Consiste en ejercitar la memoria olfativa exponiendo al paciente a sustancias odorantes durante unos segundos varias veces al día acompañándolo de un estímulo visual.

El gusto entra por la nariz

El 80% del sabor es olfato, y solo el 20% se debe a las papilas gustativas. Estas ayudan a distinguir si es dulce, salado, amargo o si tiene un sabor a umami… pero los matices están en el olfato. ¿Una prueba? Mezcla azúcar con canela y dalo a probar a alguien con la nariz tapada. Solo identificará el azúcar, mientras que si se toma con la nariz destapada, sí procesarás, a través del olfato, el aroma de la canela. ¿Otro? Con la nariz tapada, toma un trozo de manzana y otro de patata. No se distinguirán.

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