Sólo hay una cosa “mala” en ‘Oppenheimer’ de Nolan… lo demás es una genialidad
Sopitas.- ¿Cómo se mide el poder? Para algunos, el poder se define en las relaciones de producción establecidas por un grupo dominante hacia uno “inferior”. Pero para ese segundo grupo, el poder reside en el tamaño de la mano de obra y su capacidad para acrecentar el capital con el que el grupo dominante genera esas relaciones.
Ahora bien. Es una visión muy marxista en la que esa relación estaría balanceada por el beneficio que ambos reciben. Sin embargo, la realidad es que los dos grupos se someten al poder político, el cual promete un orden a partir de la creación de instituciones reguladas por individuos que, en teoría, han de velar por los intereses de los ciudadanos.
¿Y cuál es la falla en esa repartición del poder? Que a lo largo de la historia, esos individuos que regulan las instituciones, han moldeado los intereses de la población en beneficio propio a través de una estructura corrupta que constantemente cambia la narrativa hacia lo individual.
¿Por qué Oppenheimer de Christopher Nolan es una película aterradora?
Todo este rollo surge a partir de una escena devastadora en Oppenheimer, la última película de Christopher Nolan que nos revela los dilemas que J. Robert Oppenheimer atravesó mientras creaba la bomba atómica, el arma más poderosa hecha por humanos.
En la escena, ambientada al cierre de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de políticos, militares y científicos, se reúnen en un cuarto pequeño. Se reparten entre sillones, sillas y algunos permanecen de pie. Hablan, con cierto desdén, del lugar donde lanzarán la bomba y la cantidad de víctimas que podría haber.
No es una discusión sobre si utilizarán la bomba. Eso es un hecho. Lo que discuten es en dónde y cuándo lanzarán un arma de la cual no tienen certeza del daño que podría producir. Este grupo de hombres, entre ellos los creadores de la bomba, no saben si al apretar el botón, la bomba destruirá la mayor parte de una ciudad o destruirá al mundo.
Pero eso no importa. La única manera de demostrar que un país es el más poderoso, es destruyendo a otro y teniendo en sus manos un arma que podría arrasar con todo. Si se acaba el mundo, termina para todos. Pero si “sólo” cientos de miles de personas inocentes mueren, entonces habrá un bando ganador.
Para cuando llega esta escena en Oppenheimer, los nazis ya habían sido derrotados. Pero los japoneses, sus aliados, permanecían de pie y con la victoria sobre Pearl Harbor como estandarte. Entonces, si Estados Unidos lanza una bomba, Japón se rendirá y el resto del mundo comprenderá que no hay nación más poderosa. En teoría, habrán ganado, desde antes, todas las guerras.
J. Robert Oppenheimer, protagonista de esta película, creía que habían creado un arma que forzaría la paz. La sola existencia de un arma tan devastadora, convencería al resto de países de rendirse ante cualquier conflicto. Pero sucedió lo contrario.
Decidieron apretar el botón no una, sino dos veces. Primero en Hiroshima y luego en Nagasaki. Y en lugar de asustar al resto de las naciones, estas se pusieron en marcha para desarrollar más bombas y armas más grandes y destructivas.
Para esos hombres encerrados en un pequeño cuarto, el botón representaba poder. Pero en realidad, es ignorancia. La no certeza, el desconocimiento de las consecuencias y el aparente conocimiento de las causas (maquilladas de democracia y soberanía), no puede representar ningún tipo de poder sino ignorancia. Y es aterrador.
Aterrador porque nuestra historia, para bien y para mal, se basa en la toma de decisiones desde ahí. Sin tener la certeza de la destrucción del mundo, decidieron apretar el botón. Este momento clave en la historia de la humanidad, fue lo que llevó a Christopher Nolan a realizar una película sobre el Proyecto Manhattan liderado por el “Padre de la bomba atómica”: Oppenheimer.
Oppenheimer
Oppenheimer nos muestra, en poco más de tres horas, la vida y obra de J. Robert Oppenheimer. Con diversos saltos en el tiempo, Nolan nos lleva a los años de Oppenheimer como estudiante en Europa donde conoció a científicos como Werner Heisenberg, Isidor Rabi o Niels Bohr.
Su necesidad de volver a casa, lo convirtió en el primero en Estados Unidos en enseñar la mecánica cuántica. Y ya estando acá, forjó relación con otros grandes nombres en la ciencia como Albert Einstein, Ernest Lawrence, Edward Teller, Kenneth Bainbridge, Richard Feynman, Enrico Fermi, Leo Szilard, David Hill y muchos más.
A algunos de ellos los convenció de formar parte del Proyecto Manhattan, un plan secreto del gobierno de Estados Unidos que tenía como objetivo crear un arma nuclear antes de que los alemanes desarrollaran una a partir de los descubrimientos previos en la fisión nuclear.
Los nazis, en teoría, llevaban varios años de ventaja. Por lo que Oppenheimer reclutó a los mejores científicos del país para desarrollar una bomba atómica. Durante todo el proceso de desarrollo del Proyecto, la investigación y culminación (la prueba y la explosión de las bombas en ciudades japonesas), vemos los dilemas que Oppenheimer atravesó a nivel personal y laboral.
Oppenheimer, como director del Proyecto Manhattan, fue el científico que llevó la investigación y desarrollo de la bomba, a la par de que se convirtió en una figura política que tuvo que lidiar con todos los obstáculos que el mismo gobierno que lo había contratado ponía.
¿Por qué? Porque la decisión de poner a Oppenheimer como director de este proyecto siempre fue cuestionada a partir de las relaciones personales que el científico tenía con grupos comunistas. La cosa es que Oppenheimer coincidía con algunos principios comunistas, pero nunca se afilió al Partido.
Sin embargo, su hermano Frank sí lo hizo, y sus amigos más cercanos como el escritor Haakon Chevalier. Y fue en algunas reuniones de comunistas donde conoció a Jean Tatlock, su amante, y a su esposa Kitty.
Su “pasado comunista”, años después de haber entregado la bomba y las detonaciones en Japón, se convirtió en objeto de un juicio que cuestionó la lealtad de Oppenheimer hacia Estados Unidos, su supuesta participación en la filtración de información (hacia los soviéticos) del Proyecto Manhattan y su lugar en la comunidad científica.
La película más ambiciosa de Nolan
Christopher Nolan nos tiene acostumbrados a grandes producciones, historias complejas y finales que se quedan por un buen rato con el espectador. Oppenheimer no es la excepción, y en términos narrativos podríamos decir que es la película más elaborada del director británico, y al mismo tiempo, la más simple.
Oppenheimer es un drama de época que narra, de forma no lineal pero sin ser rebuscada, los sucesos en la vida personal y laboral de J. Robert Oppenheimer antes, durante y después de la creación de la bomba. Es un relato que se mantiene lo más fiel posible a la historia.
Esta vez, Nolan no hace uso de narrativas complejas como en Memento; ni capas que mezclan diversos géneros como ciencia ficción y fantasía como en Inception. Es una historia simple de una figura histórica, pero aún así logró convertirla en su cinta más elaborada a partir del desarrollo de su personaje y la forma en la que no sólo refleja los debates internos del mismo, sino los conflictos a su alrededor.
También está Robert Downey Jr. como Lewis Strauss, quien formó parte de la Comisión de Energía Atómica y fue una figura clave tanto en el Proyecto Manhattan, como en la carrera armamentista que Estados Unidos estableció contra la URSS durante la Guerra Fría.
Lo mismo sucede con otros tres personajes en la cinta: el general Leslie Groves interpretado por Matt Damon; Josh Hartnett como Ernest Lawrence; y Florence Pugh como Jean Tatlock.
Oppenheimer, el protagonista perfecto de Nolan
Oppenheimer es el protagonista perfecto para Christopher Nolan. Todos los personajes masculinos de Nolan, viven atormentados por la existencia de una figura que, creen, les es ajena: una antítesis, un villano, un fantasma que los persigue y los pone a prueba.
A lo largo de sus películas, vemos el recorrido que realizan para al final descubrir, horrorizados, que aquella figura era un reflejo: son ellos mismos debatiéndose entre el bien y el mal, inflingiéndose dolor, imponiendo límites al mismo tiempo que censurándolos. Siempre es una lucha interna.
Borden y Angier en The Prestige. Batman y Joker en The Dark Knight. Cobb y Mal en Inception. A pesar de que en estos ejemplos, quizá con excepción del último, hay una figura física que representa la antítesis del héroe, todos son una representación de los debates internos que sostienen. Y es aquí donde entra Oppenheimer.
En Oppenheimer, el protagonista mantiene una lucha moral sobre su necesidad de probar su conocimiento frente a las consecuencias del mismo. Le entusiasma la idea de reunir a los mejores científicos de su país al convencerse de que creará un arma de paz; un arma tan poderosa y temida, que nunca habrá otra guerra.
Oppenheimer era un genio, pero uno de sus amigos científicos lo dice bien en la cinta: es un genio, pero eso no lo hace sabio. Y creer que el conocimiento te otorga el poder de tomar grandes decisiones en nombre de toda humanidad, es el primer error que revela la ignorancia.
Oppenheimer fue uno de los hombres que estaba en esa escena devastadora que describimos al inicio. Uno de los científicos que escuchó a los políticos hablar de la ciudad que sería bombardeada sin saber el alcance de la detonación. Su mirada se pierde entre el desdén, el mismo que él utilizó para convencer a sus colegas de sumarse al proyecto por amor a su país. ¿Acaso hay una diferencia?
La figura de Oppenheimer encuentra la respuesta en el instante en el que escucha en la radio que la primera bomba atómica fue detonada en la ciudad de Hiroshima. Lo confirma cuando ve las primeras imágenes de los escombros, los cadáveres y la gente que agoniza.
El valor de su trabajo radicó en la fabricación de una bomba. Y cuando quiso manifestar la postura de algunos científicos respecto a utilizar el arma (negándose a bombardeo), lo ignoraron.
Nolan y su incapacidad de escribir buenos personajes femeninos
En nuestra reseña de TENET en 2020, escribimos que “Christopher Nolan no ha logrado escribir un personaje femenino fuera de lo que él considera femenino: la esposa del protagonista, la chica a la que le deben explicar todo, la madre preocupada, la mujer ausente y la mujer a la que deben rescatar”.
En Oppenheimer las cosas no han cambiado mucho. Si bien las partes emocionales, ahora sí, recaen sobre el protagonista al revelarnos un dilema moral, ético y psicológico, las mujeres vuelven a servir como un soporte. La cosa es que esta vez no sólo son un soporte emocional para empatizar con el protagonista, sino también sexual.
El personaje de Jean Tatlock sirve para demostrar que a pesar de ser un sujeto pretensioso, Oppenheimer era un mujeriego. Jean, una comunista atormentada, mantiene una relación con él que no termina de ser meramente sexual, pero tampoco romántica. Lo que sí es que implica un desgaste emocional para el protagonista a partir de la inestabilidad de ella.
Jean fue su amante antes y durante su matrimonio con Kitty Oppenheimer, quien en la cinta parece ser más una carga física y emocional para el científico, quien no sólo debe lidiar con la tarea de crear, en tiempo récord, una bomba que salvara al mundo, sino con su esposa y su adicción al alcohol.