Un escuadrón de bomberas y sembradoras para combatir los incendios en Bolivia

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Un grupo de mujeres de la Chiquitania se ha unido contra el fuego para asegurar el futuro de sus comunidades ante un clima cada vez más caliente y seco
El País- La primera misión de Marina Justiniano como bombera fue en 2019, cuando ya tenía más de sesenta años. Los incendios forestales azotaban Bolivia en ese momento, particularmente devastadores en su región de la Chiquitania. Ella echó una mano; alguien tenía que apagar las llamas. Esta mujer de 68 años es una autoridad en su comunidad, presidenta de la organización local de mujeres indígenas y ahora bombera cualificada. Fue una de las primeras del pueblo en completar la formación. “De año a año sufrimos incendios. Pero muchas veces los hombres no están aquí, porque están apagando fuegos en otra parte”, dice Justiniano. A pesar de su edad, ella siguió adelante. “Para demostrar al resto de las mujeres que nosotras también podemos ayudar”. Ahora son cinco en su escuadrón.

Justiniano y sus compañeras viven en caseríos del municipio de Roboré, en la región de la Chiquitania, en el sureste de Bolivia. Esa zona tiene el bosque seco tropical más extenso y mejor conservado del mundo. Pero está en peligro. Debido a la crisis climática, las temperaturas en Roboré están subiendo cada vez más. El año pasado alcanzaron los 42 grados. Esto aumenta el riesgo de incendios. Sobre todo porque los habitantes de la región queman los campos antes de volver a cultivarlos, en la práctica conocida como chaqueo, porque dicen que fertiliza el suelo. Estos fuegos están cada vez más fuera de control, al igual que los incendios de basura. Cuando ocurre, las bomberas se alertan mutuamente por cadena telefónica y organizan un vehículo. Justiniano sale con una mochila de 20 litros de agua a la espalda, equipada con casco, linterna, pala, rastrillo y machete. Si las hojas arden en el suelo, cavan surcos y les echan tierra con una pala para sofocar el fuego.

La almendra chiquitana como cortafuegos

Muchos árboles del bosque seco arden como yesca. Uno no lo hace: la almendra chiquitana (dipteryx alata). Gracias a su gruesa corteza, esta especie nativa sobrevive bastante bien a los incendios forestales y se recupera rápidamente después. Nardy Velasco se centra en este árbol y tiene un objetivo: “Mi meta es que este árbol de almendra esté plantado en cada hogar”, dice. Al ser una especie protectora del clima, puede soportar largos periodos de sequía y proporciona sombra. Alcanza una altura de siete a quince metros. Es adecuado para la reforestación tras los incendios y revitaliza los suelos agotados porque pertenece a la familia de las leguminosas, que fija el nitrógeno del aire en el suelo. El nombre local de este árbol —almendra chiquitana— al que se le conoce como nuez de barú en otros lugares muestra lo arraigado que está en la región de la Chiquitania.

Nardy Velasco es la cacique mayor de las comunidades indígenas del municipio de Roboré y también es responsable de la tierra, el desarrollo productivo y el medio ambiente en su comunidad, San Manuel. “Este árbol va a abrir muchas puertas a las comunidades indígenas”, dice convencida. Y también generará ingresos. Porque las almendras del árbol dan buen dinero. En los centros de acopio, los campesinos reciben el equivalente a cinco dólares por kilo. Ese fruto seco da más dinero que cualquier otra cosa que cultiven los habitantes de la región. Y la demanda en Estados Unidos y Europa es alta.

Saben a una mezcla de cacahuete y almendra. “El sabor es adictivo”, dice Velasco. En la puerta de su casa hay un árbol de almendras desde hace mucho tiempo. Pero hasta hace unos años no se dio cuenta del tesoro que tenía allí. Fue cuando llegó la pandemia de covid. “Por aquel entonces, pedíamos consejo a nuestros abuelos y recurríamos a la naturaleza”, afirma. Con la crisis sanitaria y social que provocó el virus, se vieron obligados a confiar en lo que había alrededor, en las plantas medicinales y también en la almendra chiquitana.

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