Un Trump debilitado anuncia su candidatura a las elecciones presidenciales de EEUU en 2024

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“El regreso de América empieza ahora”, dijo Trump en su mansión de Mar-a-Lago con su proverbial corbata roja, ante una muralla de grandes banderas americanas y frente a un público entregado.

El Confidencial.- Podría haber sido un anuncio efectivo, capaz de amalgamar las energías republicanas y de fijar los términos de la carrera presidencial de 2024. Si los conservadores hubieran ganado con rotundidad las elecciones de medio mandato, tal y como se esperaba, Trump habría irrumpido en la arena del Coliseo sobre una flamante cuadriga, como un gladiador sediento de venganza contra aquellos que, según su montaña de falsedades, le habían robado el poder en 2020. Pero no ha sido así. Los malos resultados de las legislativas han ensombrecido el anuncio de campaña del magnate, cuya marca política vive hoy sus horas más bajas. Con sus flojos números y varios casos judiciales abiertos, ¿podrá llegar Trump de nuevo a la presidencia?

“El regreso de América empieza ahora”, dijo Trump en su mansión de Mar-a-Lago, en Florida, con su proverbial corbata roja, ante una muralla de grandes banderas americanas y frente a un público entregado, con todo el despliegue, en otras palabras, de un majestuoso discurso presidencial. “El mundo estaba en paz, América estaba prosperando y nuestro país estaba camino de un increíble futuro”, continuó, rapsodiando sus primeros tres años de mandato, hasta la llegada del covid, como la “cumbre” de la historia de EEUU.

Ahora, sin embargo, dijo Trump, Joe Biden habría hecho de esta “una nación en declive”: económicamente paralizada, “invadida” por inmigrantes sin papeles, inundada de drogas y plagada de “cloacas de crímenes violentos”; un país objeto de burla, liderado por un viejo senil responsable de haber colocado al mundo al borde de una guerra nuclear. El prólogo fue largo y trumpiano, lleno de exageraciones y falsedades. El colofón, ninguna sorpresa: “Para hacer a América grande y gloriosa de nuevo, esta noche anuncio mi candidatura para la presidencia de Estados Unidos”.

Como toda campaña política, la de Trump tiene vientos a favor y vientos en contra. Si bien a dos años de las elecciones aún es pronto para concluir nada, lo cierto es que ahora mismo son los vientos en contra los que reciben más atención. La principal rémora, dicho sencillamente, es que Donald Trump empieza a oler a caballo perdedor. En 2018, los demócratas recuperaron el control del Congreso; en 2020, la presidencia, y ahora, contra todo pronóstico y pese a la inflación y la baja popularidad de Joe Biden, han logrado mantener buena parte de su poder federal. Tres claras señales de que el republicano, que ganó a Hillary Clinton en 2016 por el filo de la navaja, pese a recibir casi tres millones de votos menos, puede ser un lastre.

En estas últimas elecciones, los candidatos afines al magnate, aquellos a los que él apoyó públicamente a cambio de que abrazaran la teoría conspirativa del presunto fraude electoral de 2020, han tenido resultados mixtos. Dejando a un lado aquellos que tenían la reelección asegurada, como suele suceder con la mayoría de campañas del Congreso, 49 trumpistas ganaron y 29 perdieron. Y, si miramos a los cargos estatales, como gobernador, fiscal general y secretario de Estado, el saldo es catastrófico: de los 17 trumpistas solo ganó uno: Diego Morales. Secretario de Estado de la conservadora Indiana. El partido ha tomado nota y esta última semana ha estado jalonada de ataques republicanos a Trump, antes considerado impensable.

“Esta tendría que haber sido una de las mayores ‘olas rojas’ que hubiéramos tenido”, declaró en la CNN el republicano Larry Hogan, gobernador saliente de Maryland y posible aspirante presidencial en 2024. “La popularidad de Biden era muy baja, una de las más bajas de la historia; más de un 70% de la gente pensaba que el país iba en la dirección errónea y, sin embargo, no nos fue bien”, añadió. “Es la tercera elección consecutiva que Donald Trump nos cuesta las elecciones. Y, a la tercera, te vas”.

Pero las críticas no solo se escuchan entre los hasta ahora tímidos conservadores moderados. El que fuera su vicepresidente, Mike Pence, abre su corazón a los medios sobre lo mal que se sintió cuando la turba lo buscaba por el Congreso con la aparente intención de ahorcarlo por traidor. Senadores que en aquel entonces votaron en contra de la certificación de la victoria de Biden, pese a no tener ni una sola prueba del presunto pucherazo, dicen ahora haber abandonado a Trump.

Voces de los medios ultraconservadores, como Ben Shapiro, Matt Walsh o Mike Cernovich, han atacado a Trump directamente e incluso le han dado la espalda. “Al país no le importan las elecciones de 2020”, tuiteó Cernovich (2), uno de los más radicales exconsejeros del magnate. “Trump no quiere pasar página. Bueno. Adiós”.

Las encuestas, que él lideraba cómodamente, se están volviendo en su contra. Media docena de sondeos públicos y privados, según el portal Axios, reflejan a Trump cayendo por detrás de Ron DeSantis, el gobernador de Florida que fue reelegido con casi 20 puntos de ventaja. “Los republicanos necesitan estar unidos en torno a un candidato fuerte y una plataforma que muestre a los votantes soluciones reales para vencer a Biden y a los demócratas en 2024”, dijo en un comunicado, obtenido por el portal Politico, David McIntosh, presidente de la asociación Club for Growth, antaño aliada de Trump y ahora partidaria de buscar caras nuevas. Como la de Ron DeSantis.

Hay otros factores que empañan sus perspectivas presidenciales. Por ejemplo, el factor mediático. En estos últimos dos años, la presencia de Trump en las portadas ha disminuido considerablemente. Por un lado, no era ni candidato ni presidente, pero, por otro, tampoco era una novedad. En 2016, irrumpió en campaña de manera inesperada. El coro de voces mediáticas progresistas se rio de él hasta quedarse sin aliento. El bufón duraría dos telediarios. No tenía ninguna posibilidad. Unos meses después, miles de expertos se comieron sus palabras. A veces, literalmente. Trump era polémico, original, divertido, ágil, peligroso. Se metió en el bolsillo a la proporción justa del país para ganar unas elecciones. Pero ya no estamos en 2016.

Los poderes mediáticos pueden haber aprendido la lección: no morder más el anzuelo de las controversias, no darle más horas de aire y columnas de tinta. Las barbaridades que hace seis años sonaban tan terribles y a la vez tan frescas, tan mediáticamente rentables, son hoy moneda corriente. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, instigado por Trump, pudo haber sido la culminación de un lustro de demagogia. Desde entonces, su figura está desdibujada como una fotocopia. Trump está muy visto. Y ni siquiera tiene una cuenta de Twitter para incendiar las redes.

Eso respecto a los vientos en contra, pero también los hay a favor. Donald Trump quizá sigue siendo, pese a las encuestas hechas rápidamente en los últimos días, el republicano más popular de Estados Unidos. Y, con muchísima diferencia, el que tiene más recursos: los 107 millones de dólares ahorrados estos últimos dos años le permitirán fajarse con los adversarios en múltiples frentes.

Si los medios han aprendido algunas lecciones, quizá también lo haya hecho Trump. Siete años de experiencia política, cuatro de ellos en el despacho oval, no pueden haber pasado en balde. Los dos años que quedan para las elecciones presidenciales pueden dar para mucho. Primero, si le salen rivales por la nominación republicana, como Ron DeSantis, es posible que Trump lo venza en las primarias: un proceso electoral mucho más virulento, parroquial y personalista que las presidenciales.

Y, segundo: una proporción creciente de votantes, como reflejan distintas encuestas, cree que Joe Biden no está en condiciones de ser presidente. Lo piensan incluso los propios demócratas. Si Biden, pese a estas percepciones, elige repetir mandato, es posible que eso impulse a Trump. Un republicano que, pese a perder las elecciones de 2020, se llevó más de 74 millones de votos. Cinco millones de votos más que el récord marcado por Barack Obama en 2008. Todo después de haber pasado un annus horribilis de pandemia, crisis económica y fuertes protestas raciales.

Trump, además, parece enfocar la campaña como lo hizo en 2016: con un organigrama reducido, con pocas personas de confianza, con un proyecto sometido, como es costumbre, al olfato y los instintos del líder. En otras palabras: Trump se ha descolgado del establishment que una vez representó y vuelve a ser el candidato rebelde. Hasta qué punto esto lo volverá a beneficiar, lo veremos estos meses.

Pero hay otra razón. Una razón de peso: la cuestión judicial. Donald Trump, como ha solido ser el caso en su trayectoria de constructor y luego de político, está en el centro de varias tormentas legales. Mientras el país celebraba elecciones, el antiguo gestor financiero de la Organización Trump, Allen Weisselberg, testificaba en un tribunal de Nueva York por un caso de fraude fiscal. La empresa de Trump está acusada de inflar sus activos y obtener ilegalmente 250 millones de dólares.

El asalto al Capitolio también sigue generando consecuencias. Además de la investigación del Congreso, el Departamento de Justicia ha lanzado sus propias pesquisas sobre el presunto intento de revertir los resultados electorales, que acabó con una turba irrumpiendo violentamente en los pasillos del Congreso. Se trata de la mayor investigación policial de la historia del país. Dado que está siendo llevada a cabo en secreto, no se sabe concretamente si Trump es el objetivo.

Por otro lado, aunque relacionado con este episodio, los fiscales estudian si el expresidente violó la ley al presionar a los funcionarios de Georgia para que sumaran algunos votos a su causa, como sugiere una llamada telefónica, e incurrieran así en fraude electoral. Una cuarta investigación podría salir a raíz de un reciente informe del Congreso: el Comité de Supervisión de la Cámara Baja ha revelado que dignatarios de seis países gastaron 750.000 dólares en el hotel de Donald Trump en Washington, entre 2017 y 2018, para influir, quizás, en la Administración.

Pero el caso que parece ser el más peligroso para Trump es el que tiene que ver con los documentos oficiales que se llevó de la Casa Blanca a su mansión de Mar-a-Lago. El pasado agosto, el FBI efectuó una redada en la vivienda de Trump, llevándose unos 11.000 documentos oficiales, entre los cuales había documentos de alto secreto. El Departamento de Justicia podría acusar a Trump de violar la Ley de Espionaje y también de obstrucción a la justicia, por llevarse los documentos sin tener permiso y por dificultar, ofreciendo razones contradictorias, su recuperación.

En este contexto, por tanto, la candidatura oficial de Trump a la presidencia de EEUU podría servir, sino como un escudo legal, ya que podría ser imputado igualmente, al menos como un escudo político: una estrategia para retratar los movimientos legales contra él, algo que ya ha hecho el republicano, como una “caza de brujas”: un supuesto intento del Gobierno de Biden para eliminar a un adversario político.

Así es como está sembrado el paisaje presidencial en Estados Unidos. Muchas incógnitas quedan por despejar, pero Trump, el único presidente de la historia al que se le han hecho dos procesos de impeachment, y el único que se negó a dejar el poder por las buenas, provocando una insurrección violenta, ha dejado claro que aún no está cansado. Que este capítulo aún no se ha cerrado.

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